Oigan amigos y equidistantes enemigos:

La España actual, no es la España de la postguerra ni la del franquismo afortunadamente. Nuestra España ahora, después de que Franco muriera en su cama un 20 de noviembre como hoy, fue la que supo darse la oportunidad de perdonar y de avanzar para mejorar sin complejos por primera vez en su atormentada historia reciente. Nos dedicamos en estos 40 años a trabajar, a vivir mejor, a ser más solidarios y respetuosos, a compartir y a crecer como nunca antes tuvimos la oportunidad. Nos unimos a la Europa creciente y de progreso, que no progresista; eso es otra cosa indefinida, interesada y con tentáculos de pulpo. Nos subimos sin complejos al tren del avance comunitario y de futuro. Por una vez no  nos quedamos en el andén del olvido. Habíamos empezado a recoger los frutos de tanto esfuerzo y de las buenas decisiones que supimos tomar por una vez en nuestras vidas.

Esto ha sido lo que nos ha sucedido, aunque no seamos conscientes de ello. Estamos realmente mucho mejor que nunca antes.

Sin embargo, desde hace tiempo, vivimos inmersos en el desastre de la “ineptocracia” dirigente, y por esto, no es de extrañar que no entendamos lo que pasa; ni los motivos del actual descontento social; ni  a nuestros hijos; ni a los ciudadanos, tampoco a los amables o a los violentos que nos rodean. Estamos perdidos y muy desorientados. Además, empezamos a tener miedo de hablar y expresar en libertad nuestra opinión reconociendo a todos como enemigos.

Esta situación no es solo de nuestro entorno cercano, si levantamos la vista y miramos fuera, veremos que las habas cuecen por doquier y no solo en España. No somos el ombligo del mundo, ni el de Europa por supuesto. Actualmente, vivimos la realidad compartida de todas las democracias liberales del mundo. Respiramos el hastío del sistema que se manifiesta rotundamente y sin complejos; final de ciclo y también, muy a mi pesar, el advenimiento de nuevos sistemas que barrunto serán más orwellianos que amables.  

La idea que nos repiten de forma torticera, a muchos niveles, de que la revolución surge de forma espontánea, emanando de un pueblo cabreado es una falacia. Es un dogma artificial que precisan y difunden  los agitadores para que nos creamos su relato interesado. Mientras, estos seres inmundos,  achuchan los resortes necesarios para conseguir la victoria que no el éxito. Estos resortes, no son más que los famosos  “Instintos básicos” que como en la película inolvidable, todos compartimos y no se pueden obviar sin esfuerzo.  Son los epicentros bajos y telúricos, abdominales, selváticos y de supervivencia impresentables, resumidos genialmente en los pecados capitales; única aportación de interés del Cristianismo a la sociedad civil.

Más bien, estamos viviendo el resultado de la aportación de una vanguardia discreta hasta hace poco, que ha realizado una labor de zapa en la universidad y en la educación, infectando de ideología y de falsas historias a una muchedumbre aburguesada y proclive a la dogmatización que busca  ”nuevos becerros de oro” al asegurarles que todo lo anterior es falso, injusto y merece morir  ofreciendo el Nirvana de la revolución pendiente que llegará salvadora de manos de estos ineptos.

Se les dice hasta la saciedad a este colectivo ávido de cielos por llegar que el mundo es un fraude. Se les instruye en el campus, en el colegio, en la prensa, en internet y en las televisiones generando células de subversión y agitación que siempre terminan de la misma forma; con violencia. Caceroladas, escraches, pitidos, gritos, piedras, puños, armas fuego, saqueo todo esto da forma a la revolución. Es la catarsis social avivada por el taimado intelectual interesado que se esconde detrás de la versión oficial de espontaneidad social, idílica estampa  que difunden los medios de comunicación, escondiendo que se trata de una violencia programada. Única manera de hacer visible la revolución que contamina y arrastra al pueblo a cambiar de camino.

La revolución se vende bien si el público es joven. Con adultos es más difícil, hay más factores en la ecuación y más cosas que perder. Además, la revolución es más que rápida, es instantánea. No precisa de normas ni de leyes, no está sujeta a nada. Los jóvenes no saben ni quieren esperar, no quieren madurar ni lo necesitan, no precisan cumplir las tediosas etapas del envejecimiento digno cuando es más fácil ahorrarse el esfuerzo de hacer un mundo mejor a cien años y todo se puede lograr al instante.  Si el  fin es bueno, les dicen los insinuadores sin tapujos, los medios a utilizar están justificados, hasta los violentos. Todo previsible en gente de corta edad, llena de hormonas por todos sitios, pasionales, irreflexivos y de buen corazón muchos y otros absolutamente corrompidos que quedan abducidos sin reparos.

Estarán de acuerdo conmigo que esta actitud es propia de pirómanos y tiene responsables, son los que manipulan y ponen las mechas con discreción para prenderlas en la carne joven y fresca del ingenuo  utopista convencido y lo hacen desde lejos para protegerse ellos de las humeantes briznas que saltarán seguro cuando todo estalle y los disidentes sangren gritando;  ¡¡ La democracia verdadera es la revolución ¡!

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