Lo peor de que Pedro Sánchez haya revalidado su gobierno no es que tengamos que aguantar el flagrante uso de las instituciones a su antojo, sino las constantes protestas de muchos medios hacia su figura y lo que representa. Se escriben ríos de tinta cada día en los que los textos empiezan con el nombre de Pedro y el apellido Sánchez; como si la invocación casi mística del presidente del Gobierno fuese un comodín ante el bloqueo inspiracional, las plumas se afanan en diseñar odas despreciables al mandatario. La manía persecutoria y enfermiza hacia el que nos gobierna en algunas almas llega hasta tal punto que es habitual que cada semana dediquen los caracteres que les brinda la libertad de expresión para acordarse de la madre de Sánchez, de su mujer, de su suegro, de su hermano y de cualquiera que tenga el mínimo parentesco con el susodicho; llegará el día en el que todos los que compartan apellido con él serán mirados con recelo por los demás.

Sin duda, la continuidad durante mínimo otros cuatro años (si se consume toda la legislatura), de los constantes insultos que se prodigan los periodistas críticos con Sánchez es una de las peores noticias para los que odian la rutina. En los últimos años se han acostumbrado a prodigarse como grandes innovadores en la ofensa utilizando como inspiración al desnudo a nuestro presidente. Sin aportar nada nuevo más allá de los ingeniosos improperios que le dedican, se recrean con la misma retahíla de siempre asegurándose de enseñarnos el monotema habitual. Lo hacen sin aportar soluciones, sin destilar en sus pensamientos la más mínima solución a los problemas que nos atañen; se amnistían así mismos ante su responsabilidad de que no avancemos. No se dan cuenta de que ellos tienen la misma culpa de aquellos que con sus acciones u omisiones defienden el desarrollo de los acontecimientos. Al criticarle tanto han convertido a su persona en una especie de icono, se ha producido el efecto Barbra Streisand en el que al intentar censurar una conducta, obra o personaje, ese amago de maniatar tiene un efecto contraproducente para los objetivos que en un principio se buscaban: crear una necesidad de adquirir aquello que se criticaba. Las incesantes condenas a Pedro Sánchez le están fortaleciendo a ojos de su electorado más fiel o de aquellos que detestan a esos que le critican.

En las conversaciones de mantel (propias del período navideño) es llamativo ver cómo la mayoría de los de la mesa reprueba el modus operandi del presidente; sorprendente teniendo en cuenta que venimos de unas elecciones en las que el PSOE ha sacado millones de votos quedando como la segunda fuerza más votada. Se da la paradoja de una ciudadanía que parece no saber la papeleta que ha metido en las urnas, obviando que Pedro Sánchez es presidente gracias a su apoyo; no deberían culpar al carma de lo que les pasa por gilipollas.

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