Ucrania, tres años de guerra: la resistencia frente a la propaganda
Tres años. Tres años desde que Putin creyó que Ucrania era un castillo de naipes y que bastaría con soplar para que cayera. Tres años desde que los misiles iluminaron la noche de Kiev y el mundo miró atónito una guerra que, según los cálculos del Kremlin, debía durar lo que un discurso de Lavrov. Pero el problema de los autócratas es que subestiman a los pueblos libres. Volodimir Zelenski, el actor convertido en presidente, no se subió a un avión con destino a un exilio cómodo, sino que se quedó en su despacho, se grabó con su móvil y le dijo al mundo que no quería un taxi, sino munición. Y ahí sigue.
Tres años después, Ucrania sigue siendo Ucrania, aunque con más ruinas, más cicatrices y más lecciones de realismo político. Putin calculó mal. Pensó que la opinión pública occidental se cansaría rápido de una guerra ajena y le dejaría vía libre para rematar la faena. Pensó que Europa titubearía, que Estados Unidos se distraería y que Kiev acabaría por ceder, como en 2014. Y sin embargo, lo que encontró fue a un país que no se rinde, a una Unión Europea que, con sus habituales dudas y divisiones, sigue en pie del lado ucraniano, y a un Joe Biden que, a pesar de su frágil popularidad, mantiene el apoyo a Zelenski.
Claro que no todos están en esa línea. Desde su torre dorada en Mar-a-Lago, Donald Trump sigue lanzando loas a Putin, porque si algo ha demostrado el ex presidente es que tiene una debilidad por los hombres fuertes. De Bin Salman a Kim Jong-un, pasando por Al Sisi y, por supuesto, el hombre del Kremlin. “Podría acabar con la guerra en 24 horas”, dice Trump, pero lo que se intuye es que su solución pasa por entregarle Ucrania en bandeja a Moscú. No en vano, su Congreso, el de los republicanos trumpistas, lleva meses bloqueando la ayuda militar a Kiev. Y mientras los congresistas estadounidenses se lanzan acusaciones entre ellos, en el frente del Donbás los soldados ucranianos siguen contando balas.
La propaganda rusa no descansa. Putin ha reescrito la historia, presentando a Ucrania como una anomalía y a él mismo como el restaurador del orden natural. Ha retratado a Zelenski como un dictador, un nazi, cualquier cosa que justifique la guerra. Y no está solo. Por Europa circulan sus voceros, desde euroescépticos hasta ultraizquierdistas, todos con la misma línea: “No es nuestro problema”, “la OTAN provocó la guerra”, “hay que pactar con Moscú”. Todos felices de repetir el guion del Kremlin, todos encantados de olvidar que la guerra la inició Rusia, que las bombas cayeron sobre Ucrania y que cada negociación con Putin acaba con él exigiendo más.
Y España, ¿qué? Pues con sus particularidades. El Gobierno mantiene el apoyo a Ucrania, aunque no con la intensidad de otros socios europeos. Hay envío de armas, hay respaldo político, pero sin excesos. Lo justo para no incomodar a nadie. Mientras, en el debate público, las posiciones están marcadas: unos ven en Zelenski a un líder admirable, otros a un peón de la OTAN, y la conversación sigue contaminada por el ruido de la propaganda.
Tres años después, Ucrania sigue en pie. Sigue luchando, sigue resistiendo. Y, por ahora, sigue demostrando que, por más que Moscú lo intente, hay cosas que ni las bombas ni la propaganda pueden borrar.