Se cumplen 143 años del nacimiento de uno de los mejores poetas que tenemos en lengua española, Antonio Machado, que venía al mundo en Sevilla un día como hoy, 26 de julio, en 1875. Once meses antes había nacido Manuel Machado, poeta y hermano que, al menos en la historiografía literaria al uso, siempre estaría a la sombra de Antonio. Esta efeméride nos sirve para dedicar unas líneas a recapitular la trayectoria y vigencia que ha tenido la figura de Machado en el medio literario español.

La melancolía, la nostalgia, el paso del tiempo, la muerte, los recuerdos… son expresados machadianamente mediante la fuente, el gua, el camino, la tarde, el huerto en sombra, la noria…

Si tiene razón T.S. Eliot, un autor cuya poética no se encuentra muy alejada de la de Machado, y la personalidad literaria de un poeta es una suma, casi nunca armónica, de tradición y de talento individual, la forma de sopesar la incidencia de Machado en nuestras letras tendrá que ver con la forma en que las sucesivas generaciones poéticas españolas han sabido asimilar su obra, en lo que podríamos denominar desde ahora una cierta “tradición machadiana” y cómo, en lo referente al talento individual, han sabido apropiarse de esa tradición, reactualizándola y otorgándole unos temas y formas acordes a su tiempo.

Si la veta machadiana en la poesía española se ha caracterizado siempre por la humanización del arte  diremos que la veta opuesta se habría caracterizado en cambio por llamaríamos “la deshumanización del arte”.

Pero ninguna tradición es libre ni se da exenta respecto a otras tradiciones circundantes o paralelas. Lo que hemos consignado aquí como tradición machadiana se configura en efecto como contrafigura de otra tradición cuya incidencia ha sido complementaria a la que nos ocupa. Si la veta machadiana en la poesía española se ha caracterizado siempre por la autoexploración crítica del yo poético, por el acento elegíaco, por cierta preocupación por los condicionantes sociales en que se daba el discurso lírico y, en definitiva, por la humanización del arte (hablando en términos orteguianos), diremos que la veta opuesta, y complementaria a ésta, se habría caracterizado en cambio por la asunción ingenua y no problematizada de las instancias de la comunicación poética, por el tono esteticista con ciertos ribetes místicos, por preocupaciones más trascendentes o religiosas que sociales o humanas, y por la afirmación, en definitiva, de lo que también orteguianamente llamaríamos “la deshumanización del arte”. Probablemente no hace falta decir ya quién es el otro gran representante de esta corriente en nuestras letras: Juan Ramón Jiménez.

nuestros dos grandes poetas son también los iniciadores de las dos vetas fundamentales entre las que ha oscilado el medio poético español contemporáneo

Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez son, en efecto, las dos figuras tutelares de la poesía en español del siglo XX. Al modo en que Harold Bloom considera a los genios canónicos como puntos de inflexión de la creación literaria, a los cuales vuelven sus epígonos agonísticamente para imitarlos una y otra vez, lo sepan o no, nuestros dos grandes poetas son también los iniciadores de las dos vetas fundamentales entre las que ha oscilado el medio poético español contemporáneo. Recorramos sumariamente, puesto que de él nos ocupamos, la tradición inaugurada por Antonio Machado.

Será la generación del 36 la que por primera vez retome a Machado, que acaba de morir en Collioure.

La generación del 27, a pesar de su heterogeneidad definitoria, será la primera en decantarse por el polo juanramoniano, propiciado por la efusión vanguardista y por las ascuas todavía no sofocadas del modernismo. Será la generación del 36 la que por primera vez retome a Machado, que acaba de morir en Collioure. Entendemos aquí por generación del 36 un grupo mucho más amplio y heterogéneo del que habitualmente se ha catalogado. No solamente por considerar como parte de esta generación, por cuestiones cronológicas, a aquellos que Dámaso Alonso denominó “poetas desarraigados” (el mismo Dámaso entre ellos), cuyo aliento machadiano es indiscutible, sino, sobre todo, porque creemos que en buena parte de lo que se llamó “poesía arraigada” pueden encontrarse también algunos de los mejores ejemplos que tenemos de la humanización y del acento elegíaco propios de la tradición machadiana: véase, como ejemplo monumental, La casa encendida de Luis Rosales.

La generación novísima, con su culturalismo y su barroquismo formal, pasó de puntillas por la figura de nuestro poeta, decantándose más bien por la veta juanramoniana de nuestra tradición.

Pero no es hasta la llamada generación del 50 que la figura de Machado es reivindicada en toda su extensión: es conocida la peregrinación que toda la plana de la Escuela de Barcelona (Gil de Biedma, Carlos Barral, etc.) realizó por esos años a Collioure para visitar y homenajear la tumba de nuestro poeta. No es necesario informar de la decisiva influencia que tuvo la poética machadiana en este excepcional grupo de autores, ni la preferencia que muchas veces expresó Gil de Biedma, probablemente el mejor poeta español del siglo XX, por Machado, al tiempo que veía con cierto irónico escepticismo a Juan Ramón.

La generación novísima, con su culturalismo y su barroquismo formal, pasó de puntillas por la figura de nuestro poeta, decantándose más bien por la veta juanramoniana de nuestra tradición. Fue la llamada poesía de la experiencia, con figuras como Luis García Montero o Felipe Benítez Reyes quienes, conectando con la generación del 50, retomaron el gusto por Machado y pretendieron haber vuelto a la poesía humanizada. Una generación muy joven aún, que irrumpió a partir de los 2000 y entre los que se ha destacado a figuras como Elena Medel o Berta García Faet parece haber roto de nuevo con la tradición machadiana y se ha decantado por retomar la experimentación y el culturalismo que entroncan con la generación del 27, con los novísimos y, en última instancia, con la poética juanramoniana (otra corriente importante en nuestros días es la poética del silencio inaugurada por José Ángel Valente y que también contiene ecos juanramonianos).

¿Habrá, con motivo de este aniversario, un nuevo peregrinaje a Collioure por parte de algún grupo de jóvenes poetas de los que todavía nada sabemos y que terminarán forjando una poética tan duradera como la de Gil de Biedma o Valente?

Aún es muy pronto para valorar las aportaciones de estas últimas hornadas de poetas y poéticas, pero ya empiezan a apreciarse nuevos cambios a partir del período de crisis económica del que parece vamos remontándonos. ¿Son las figuras recentísimas de Ben Clark o de Constantino Molina un síntoma del previsible giro machadiano que experimentarán nuestras letras en un futuro próximo? ¿Habrá, con motivo de este aniversario, un nuevo peregrinaje a Collioure por parte de algún grupo de jóvenes poetas de los que todavía nada sabemos y que terminarán forjando una poética tan duradera como la de Gil de Biedma o Valente? Poco podemos decir sobre esto nosotros, que escribimos sobre el presente y no sobre el futuro. Lo único que está claro es, como decía Machado, que solo “al andar se hace camino”.

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