El que fuera obispo de San Sebastián José María Setién ha fallecido en la madrugada de hoy en el hospital Donostia de dicha ciudad a consecuencia del ictus que sufrió el pasado domingo. La noticia ha suscitado todo tipo de reacciones, desde los que le rinden homenaje como el presidente del PNV Andoni Ortuzar, hasta los que han querido marcar distancias, sin dejar de transmitir su pésame a familiares y demás allegados, como ha sido el caso del portavoz popular en el Parlamento vasco, Borja Sémper. Así, mientras Ortuzar se ha referido al finado en su cuenta de Twitter como un «puntal de la llamada “iglesia vasca” que quiso estar cerca de los conflictos que vivía nuestro País», en la misma red social Sémper ha afirmado que Setién «demostró que se puede ser Obispo sin creer en Dios. En todo caso, DEP y mis respetos a su familia». Desde otras cuentas de Twitter, en cambio, no se ha dudado en cargar contra el fallecido obispo, llegando en algunos casos a celebrar su muerte.

Setién se ganó esta hostilidad en sus años de obispo de San Sebastián, entre 1979 y 2000. Nacido en Hernani (Guipúzcoa) en 1928, y siempre próximo al nacionalismo vasco, fue durante aquellos veintiún años al frente de la diócesis de la capital guipuzcoana cuando, según sus detractores, mostró en varias ocasiones una actitud insensible y despreciativa hacia las víctimas de ETA. Por poner varios ejemplos: en 1984 prohibió que el funeral del senador socialista Enrique Casas -asesinado no por ETA, sino por una escisión de ésta llamada Comandos Autónomos Anticapitalistas- tuviera lugar en la catedral donostiarra. Esta decisión aún causa estupefacción en algunos ámbitos de la sociedad vasca, pues el atentado contra Casas suscitó una condena unánime en su día, hasta el punto de que incluso la propia Herri Batasuna condenó el crimen, siendo ésta la primera y última ocasión que la formación abertzale hizo tal cosa. En otros funerales, Setién se limitaba a prohibir que la bandera española cubriera los féretros de polícias y guardias civiles asesinados.

Años después, Setién trató de intervenir en las negociaciones entre los sucesivos gobiernos españoles y ETA -a cuyos integrantes llegó a llamar “revolucionarios”-, siempre desde una posición soberanista, crítica con la Constitución española, con la dispersión de presos etarras y con todo relato de los acontecimientos que pusiera en entredicho el llamado “conflicto vasco” entre dos bandos igualmente culpables. Este activismo político constante, unido a su indiferencia con las víctimas de la banda terrorista -se hizo célebre la foto del obispo Setién pasando de largo ante una manifestación que reclamaba la liberación del empresario José María Aldaya, secuestrado por ETA, que inspiró una columna de Fernando Savater intitulada El paseo de Setién– lo convirtieron en el mayor ejemplo de sacerdote vasco condescendiente con, o más o menos cercano a, la banda terrorista.

Finalmente, en 2000 Setién fue apartado del cargo aludiendo a su salud, pero no fue ningún secreto que el propio Juan Pablo II había manifestado alguna vez su desagrado con la actitud del obispo donostiarra. Su sucesor, Juan María Uriarte, también cosechó críticas por motivos similares, pero lo cierto es que nadie parecía encarnar el tópico de cura vasco proetarra como lo ha hecho Setién a ojos de sus detractores.

Autor de Un obispo vasco ante ETA (2007), en 2003 recibió la medalla de oro de Guipúzcoa. En 2009 fue elegido miembro de número de Jakiunde, la Academia de las Ciencias, de las Artes y de las Letras del País Vasco. En los últimos años adoptó un perfil mucho más discreto, hasta su fallecimiento hoy, 10 de julio, el mismo día en que se conmemora el secuestro de Miguel Ángel Blanco, probablemente la víctima más famosa de ETA. Coincidencia ésta en la que algunos han querido ver la irónica mano del azar. El funeral del controvertido obispo tendrá lugar este miércoles a las doce del mediodía en la catedral del Buen Pastor de San Sebastián, la misma en la que el finado no dejó que se celebrara el último adiós a Enrique Casas.

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