Olvidado Rey Gudúnovela de la tristemente desaparecida Ana María Matute, es una obra de esas que definen la vida y la vocación de su creador. Empezó a gestarse a finales de los años sesenta, para no ser publicada hasta 1996. ¿La razón? No tiene nada que ver con la suma complejidad del mundo que creó la escritora barcelonesa, sino, más bien, con el vacío. De este modo llamaba Matute a su repentina desazón por la escritura, que más tarde desembocaría en depresión, fantasma que la acompañó a lo largo de algunos años. Su vacío se refleja en la novela desde el propio título: el olvido tan temido por sus protagonistas, desde Volodioso hasta Gudú. El alambre por el que caminan todos cual funambulistas, capaz de dividir con una facilidad pasmosa el éxito y el fracaso.

La obra predilecta de Ana María Matute acaba de cumplir veintidós años -motivo por el cual Ediciones Destino ha publicado una edición preciosa y cuidada de la novela-, pero podría encajar perfectamente en la corriente literaria que arrasa en todo el mundo cada mes: la fantasía. La escritora catalana supo adelantarse a estos nuevos tiempos, creando una historia que entrelaza las vidas y designios de reyes, princesas y criaturas maravillosas en un reino imaginario situado temporalmente en una suerte de Edad Media. Podría haber sido escrita por cualquier autor norteamericano y ser adaptada a una serie de alguna exitosa plataforma de pago, gozando así de las mieles del éxito. Pero no. Olvidado Rey Gudú es la magna obra de Ana María Matute, con la que convivió durante décadas y de la que se sintió más orgullosa. Una novela con la que irse en paz.

Como hemos mencionado anteriormente, Olvidado Rey Gudú es la historia de una vida, la de su creadora, a la vez que hace un repaso por varias generaciones de monarcas del reino de Olar. Tiene ese matiz atemporal que nos recuerda a Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez; una sensación de estar siendo testigos de algo eterno e inmutable, con unos tintes de realidad impropios de una novela fantástica. Las fábulas son constantes, dejándonos lecciones en cada página que nos reconcilian con nosotros mismos y con la literatura. La autora detalló y perfeccionó a sus personajes durante años, por lo que los acabamos viendo como personas reales, con sus miedos y sus anhelos, expectantes ante cada movimiento arriesgado, como en una intensa partida de ajedrez. Sobre todos ellos, siempre el olvido, un misterioso enemigo que procede de las zonas más recónditas de un reino imaginario que se muestra despiadado con los más incautos.

Así, asistimos a un colorido retrato que nos embauca y atrapa desde la primera página, presentándonos de forma progresiva a una serie de personajes cuyo destino ya está marcado incluso antes de su nacimiento, como insinúa a menudo el narrador omnisciente de la obra. La calidad literaria con la que aparecen tan diferentes elementos sólo obedece a una mente privilegiada, que jamás entendió la literatura como un negocio, sino como una vocación y una manera de vivir y entender la vida. Ana María Matute fue uno de los nombres propios de la segunda mitad del siglo XX y de los primeros años de este milenio. Bebió de los grandes popes de la literatura española y europea precedente, para erigirse como la mejor autora nacional versada en el terreno de lo fantástico, sin nada que envidiar a los escritores de referencia en este campo. Ana María siempre creyó que los literatos dejaban de vivir una vez que habían elaborado su máxima creación, y ,en parte, algo así le ocurrió a ella, que suspiró y empeñó su salud por ver su sueño hecho realidad. De ese modo, al contrario que los monarcas del reino de Olar, su legado no caerá nunca en el olvido.

 

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