Pobre Sánchez. Desde el minuto uno de su reinado se han solapado los hostigamientos. Lo acosan por doquier cual zorro perseguido por un grupo de cazadores bien planificados. Dos ministros idos y uno a punto de poner el pie fuera del acantilado en el poco tiempo que lleva él en La Moncloa. Parece eterno y raro este tiempo nuestro: los tiempos de Rajoy se nos antojaban anodinos, secos, con silencios incómodos por parte del antiguo Presidente y sus ministro cuando afloraba un nuevo escándalo de corrupción del rosario que acabaron tumbándolo por una sentencia clara en negar la inocencia del los jerarcas populares. El tiempo de Mariano era afable y suave, como una tarde en un parque primaveral viendo el cielo y la nada en reposo. No había apenas conflicos ni gritos ni amenazas fuertes, al menos en su primera legislatura. Con Pedro Sánchez, en cambio, la sensación de que una espada de Damocles se balancea sobre su figura es común: por más que intenta dar imagen de serenidad y calma, su palabras parecen cortoplacistas; sus gestos, desesperados por acaparar titulares bondadodos que exalten sus músculos potentos en el terreno ético. Admitamos, sin embargo, que esto puede no ser así: bendecido por alguien, Sánchez parece tener suerte; Podemos no presiona mucho para elecciones, visto que no subiriría de haber encuentro electoral en las urnas y que puede poner nervioso al PP postrándolo en una pasiva oposición humillante. ¿Hasta cuándo durará esta frágil tregua? ¿Hasta que el CIS regrese a sus orígenes pre-anti-cocina, donde parecía que el PSOE no poseía una majestuosa superioridad electoral sobre sus enemigos, no como ahora, que parece que los españoles no caben de gozo ante sus gestos de apoyo al independentismo catalán, sus vaivenes económicos en materia salarial y de autónomos y sus propuestas feministas?
Pedro ahora vive en Moncloa. Como tal ejerce de presidente y se sumerge en la realpolitik con agrio desdén por su otrora yo más jovial, ingenuo y romántico: estos son mis nuevos principios; si no les agradan tengo otros; ¿tampoco? Los puedo volver a cambiar. Barra libre. ¿Qué han de pensar los miembros de las juventudes socialistas del gesto, o mejor, de la ausencia de gesto sanchista, al punto y aparte alemán tras el caso Khasoggi, donde un periodista crítico con el príncipe actual ha sido descuartizado en el consulado turco por un régimen brutal cuyos abusos de derechos humanos son conocidos por todos y criticados por nadie? ¿Ha callado el Gobierno español ante el abuso constante del régimen saudí? ¿Por qué no se coordinó con Berlín y París? ¿Pesa tanto el peso económico saudí en la economía andaluza que se vota en los próximos meses? ¿Entonces qué diferencia al gobierno de Sánchez del popular anterior que terminó con la posibilidad de jurisdicción universal ante temas de derechos humanos previa petición china?
¿Qué ha sido del crítico y moralista Sánchez anterior? ¿Dónde se fue este joven risueño de altas convicciones que sonreía cuando se estrenaba como diputado en el Congreso de los Diputados? Lo sabemos: se acomoda en su sillón en el palacio presidencial rascándose los labios con indiferencia mientras numerosos consejeros lo adulan. Detrás cruje un fuego en la chimenea, las niñas corretean y suena el teléfono de una llamada de Estados Unidos. El poder: qué bonito es. Da pena soltarlo.