Cuentan que Londres se llenó de museos a la vez que su imperio se extendía, con el único fin de hacer ver a su pueblo, sin salir del país, cómo era el resto del mundo. De ahí, tal vez, la fama que han tenido los anglosajones de expropiadores de obras de arte. Según Antonio Viñao Frago, “en Espańa había el mismo índice de analfabetos que en la Inglaterra de 1675, el cincuenta por ciento de la sociedad”. Nunca sabremos la razón de que, actualmente, los museos sigan siendo gratis en el Reino Unido, acercando la cultura a las clases populares. Lo que sí tenemos claro es que usar la cultura como un negocio no beneficia a la mayoría.

 

En julio de 2016, la UNESCO declaró el Sitio de los Dólmenes de Antequera Patrimonio Mundial de la Humanidad y su visita es gratuita. Todos tenemos la obligación de usar nuestros días libres para hacernos un poquito mejores y alimentar la forma física o nuestra sustancia gris. Si además no nos cobran por ello, las probabilidades de que todos seamos mejores como civilización irán in crescendo.

 

Esos dólmenes están ahí desde hace cinco mil años… por lo menos. Las incógnitas son más extensas que las certezas. El más moderno es del mismo tiempo que la pirámide de Keops, 2500 a.C. Se le conoce por Tholos de El Romeral y está orientado al sur, hacia la sierra de El Torcal. El menos explorado de los tres, debe su nombre al terrateniente que poseía la finca en que fue descubierto por los hermanos Viera en 1904. Su pasillo con forma trapezoidal, con la cámara funeraria al fondo, nos transporta de manera inevitable a la meseta de Gizeh. Pero quizá es el intento que aquellos hombres del Neolítico tuvieron de crear las primeras cúpulas de la historia de la Humanidad lo que hace a este lugar especial sobre el resto.

 

A unos tres kilómetros de distancia, se encuentran los otros dos dólmenes. El dolmen de Viera fue descubierto también en 1903 por los hermanos Viera, a quienes les debe el nombre. El único que cumple los estándares mundiales de dolmen, habiendo sido orientado hacia el amanecer del sol en los equinoccios. Construido en el 3510-3020 a. C., parece un milagro que aquellas gentes tuvieran ese extenso dominio de la construcción orientada a los astros.

 

Pero es sin duda el más antiguo de todos, el Dolmen de Menga, construido en el 3750-3650 a.C. aproximadamente, el que más impresión me causó. Además, al igual que ocurre con las pirámides, siempre estuvo allí a la vista, pudiendo observar en su techo los restos de hogueras de familias que se cobijaron en su interior. Cuenta la leyenda que una leprosa antequerana llamada Dominga se refugió allí, expulsada de la población. De ahí que el nombre del lugar derivara en Menga. Es más ancho que los otros dos, manteniendo tres pilares en el centro, estando rodeado por planchas de piedra virgen traídas de una cantera a quinientos metros del lugar. Una de las piedras situadas horizontalmente pesa quince mil kilos. Una auténtica barbaridad. Para añadir más incógnita a todo el asunto, recientemente salió a la luz un pozo de 19,5 metros, la misma longitud que tiene el pasillo de entrada al dolmen. En el interior del pozo se han hallado objetos de diversas épocas: prehistóricas, romanas, árabes… por lo que se desconoce cuándo fue construído, quién lo hizo y la finalidad. Pero esa sensación circular del interior, sumado al agua que fluye a casi veinte metros, hace que la sugestión sea profunda para quien se encuentra en su interior. Más aún si vemos, al fondo, la Peña de los Enamorados, un peñón calizo con forma de mujer acostada, lugar al que está orientada la construcción.

 

La casualidad o casuística se acelera cuando advertimos que la altura de estos dos dólmenes y el del cerro Marimacho, que está justo enfrente, es la misma: 502 metros. ¿Qué demonios quiso hacer aquella gente? Lo cierto es que este lugar tiene un magnetismo especial, sobre todo el de Menga. El resto de la ciudad merece un capítulo aparte, pero siempre, donde quiera que te encuentres, al levantar la mirada, ves el Peñón de los Enamorados en lontananza, custodiando el sitio, siendo consciente de que esas moles de piedras siguen escondiendo las mismas incógnitas que guardan todo aquello que quedó sepultado en la noche de los tiempos.

 

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