Oigan ustedes, queridos amigos. Este domingo releí al poeta griego Constantino Cavafis; su conocido verso sobre Ítaca.

Me hizo pensar. Reflexioné sobre nuestras  Ítacas personales. Cavafis, nos habla sobre la importancia de disfrutar el camino; de cualquiera que transitemos, buenos y malos incluidos; de la necesidad  de postergar lo que sea posible el final de los mismos, las famosas metas; de la ausencia de premios y recompensas a nuestros actos; de la falacia de cielos reparadores.

No es una metáfora, es la cruda realidad que solo conocen las personas inteligentes y les ayuda a soportar la presión del tránsito.

Cuántas veces hemos deseado volver a casa, huir del ruido que nos confunde para rememorar tiempos pasados; en ocasiones peores, incluso bizarros pero brillantes en nuestra memoria y sobre todo personales, entrañables y antiguos que tuvimos que abandonar por imperativos vitales pero que en muchas ocasiones, desearíamos retomar: nuestra casa en la que crecimos, el olor a pan recién hecho, el sabor de la comida magistral y materna, el aroma a tabaco prendido, el abrazo protector del padre, las primeras miradas conniventes de amor que nos cambiaron la infancia por la adolescencia, el descubrimiento de que los labios sirven para algo más que hablar y comer, el suave tacto de la piel.

Seguro que en nuestra isla, no viven Odiseo, Penélope y Telémaco como en la Ítaca de Constantino. Seguro que nadie teje de día y desteje de noche mientras nos espera. Pero a nosotros, todo esto nos tiene que dar igual. Necesitamos de algo que nos impulse a seguir adelante; hace falta una luz que durante las noches oscuras ilumine el camino incierto y peligroso o al menos así lo sintamos nosotros; hace falta un nuevo norte para nuestras cansadas brújulas hartas de seguir el cansino magnetismo contumaz, el mismo fin que sigue todo el mundo y ya no nos satisface o nunca lo hizo y por fin hoy lo tenemos claro.

Por esto, la legendaria isla griega se ha convertido en la metáfora del propósito vital a  la vez que nos inunda de recuerdos ya vividos porque todos sabemos que final y principio, se tocan con los dedos.

“Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Más no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca.”

Nos dice el verso, nos aconseja que pidamos que el camino sea largo para darnos tiempo a todo lo que el viaje nos puede proporcionar. La senda,  es mucho más deliciosa e interesante que la meta.  Todos somos Odiseo, todos tenemos derecho a vivir nuestra odisea particular y además procurar que no sea muy corta.

Hoy estamos inmersos en el torbellino de vida y prisas. Se busca la recompensa fácil, rápida e instantánea. Los que practican esta forma de vivir, olvidan siempre el camino, pierden la posibilidad de disfrutar con el viaje porque este, para ellos,  es dañino, eterno y sin recompensas.

Si les sucede esto, les aconsejo que olviden las metas, mejor olvidar los cielos que nunca existieron y jamás  premiarán el esfuerzo realizado. Así recuperarán  la capacidad de ser felices, plenos con cada paso dado porque cuando lleguen al final, lo que verán no se parecerá en nada  a sus falsarios sueños, en la meta sencillamente no hay nada. Es en ese instante, desde lo alto de sus merecidas islas, verán nítidamente el camino recorrido; lleno de historias, de personas y personajes, de música y silencios, de risas y lloros, de pasión y aburrimiento,  de verdad y de mentira por partes iguales, de amor y odio, de paz y violencia. De aventuras en definitiva, dignas de la mejor literatura que solo unas privilegiadas serán escritas por alguien, el resto, formarán parte de la memoria de los que nos recuerden durante un tiempo para terminar en el olvido.

“Ítaca te brindó tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte”.

Entonces serán conscientes que la recompensa ha sido poder deambular y que Ítaca solo fue la excusa, preciosa y necesaria  para nada comparable con la odisea vivida para llegar a ella.

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