Los ingredientes de esta atípica campaña electoral que ha querido forzar las reglas del azar nos hacen ser espectadores únicos, y, por supuesto, actores, de un récipe a medio camino de mágicos brebajes crecepelos de feria, recetas de la abuela, alta cocina de chefs y fórmulas mitológicas guardadas en distintas cajas fuertes para mayor gloria de las urbanitas leyendas populares. Una campaña de bolsillo, cuando la edición de lujo ya se ha vendido hasta el hastío en temporada alta; que lejos de contar con ‘planes maestros’ se ha revelado como un manual de mercadillo al estilo de ‘Sailors, A begginner’s guide for dummies’ traducido al inevitable castizo local: ‘Cómo capear un temporal, sin vaquillas ni tiempo’. Campaña de edición abreviada, aquellos famosos ‘abridged for students’, donde la introducción, el prólogo, el índice y las nada desdeñables contraportadas, aunadas a la cultura de solapa que hizo grande al modernista Rubén Darío, marcan las pautas de un plato difícil de digerir.

Una sentencia quizá equidistante, de esas tibias que no contentan a ninguna de las partes, es también quizá la nueva manera de entender una balanza ciega que pretende ser la antítesis de Salomón y del Talión. “The winner takes it all” queda para Las Vegas, y allí nace, muere y se olvida. Lo que pasa en Las Vegas… símil de lo que pasa en la cocina. Una sentencia sentenciada aún antes de nacer y ver la luz. Una sentencia filtrada como un posado robado. Ilegible en extensión, cambiando las tradicionales extensiones de sus partes cual Joyce jugando a romper el siglo XX literario. Quizás en camino vengan ya sentencias Cortázar anticipadas por su Rayuela. Una nueva manera de sentar cátedra, sentar jurisprudencia, de interpretar la Ley para los nuevos tiempos que corren, para la nueva política y la sociedad de este siglo digital que despierta con un corazón helado anticipado por Machado. Necesario ingrediente descafeinado.

Petrificados por la gorgona Encuesta de Población Activa; fórmulas de caja fuerte, la Caja de Pandora de los pactos, crecepelos en Cuelgamuros y una pretendida vuelta a aquella guerra de guerillas que, afortunadamente, ya nadie añora, maquis autoerigidos, salvadores de la Patria, altares a Blas de Lezo, y especias traídas de las Indias Orientales. Ayudantes de cocina émulos de Fidel encomendándose a santerías de turno, ‘mantras’ que llaman ahora.

Todo ello amenizado por un cabaret sainetero, Music hall castizo, a ratos cupletero, donde nos sirven primero el postre y todos los ingredientes están a la vista, deconstrucción y reconstrucción de lo que es y pudo haber, alguna vez, sido.

Y ya no lo será, porque todos preferimos las croquetas de nuestras abuelas.

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