Alma mater es una película en toda regla, no en vano ha ganado el premio del público en el Festival de Berlín (Sección Panorama), en el Festival de Copenhague y en el Festival de Sevilla. Premios del público, sí, porque al fin es el espectador el que no engaña, el que podría considerarse como principal garante de premios y reconocimientos. Cualquiera que vaya a una sala de cine a visionar esta cinta se dará cuenta casi de inmediato que es sobrecogedora, que mantiene en vilo al espectador, que imagina estar en el epicentro de una guerra en algún país árabe, seguramente Siria, pero eso es igual: El drama está contado desde la mirada de una mujer valiente, “alma mater”, una mujer que no quiere el recurso de la huida, como tampoco quiere que sus familiares caigan abatidos por bombas o francotiradores. Todo ello lo tiene que hacer la madre encerrando a su familia a cal y canto en su modesto apartamento, y desde esa restringida área no salimos en los 87 minutos que dura el metraje. Escasos metros cuadrados para un drama de dimensiones oceánicas.

Así es la historia de Oum Yazan (Hiam Abbass), madre de tres hijos recluida en su pequeño piso, resistiendo escondida en ese pequeño habitáculo. Ella ha conseguido hacer de su modesta vivienda un lugar seguro para su familia y allegados. Se organizan cada día para continuar viviendo a pesar de las penurias y el peligro; por solidaridad acogen a Halima y Karim, una pareja de vecinos y su bebé recién nacido, protegidos todos de un mundo rotundamente hostil. Esta pareja y su pequeño hijo, dudando si huir o quedarse, afrontan el día a día con pequeños destellos de esperanza. Una mañana, Karim sale de casa y la chica que hace las labores domésticas (Juliette Navis) presencia involuntariamente desde una ventana como éste cae malherido por el disparo de un francotirador; ella se lo contará a la matriarca solamente. La madre, sobreponiéndose a todo lo malo, que es mucho, intentará llevar una vida lo más normal posible, limpiando la casa, cuidando del bienestar de todos, y vigilando que nadie abra la fortificada puerta para que no penetren en la casa gente peligrosa.

Ocurre además que cuando las bombas amenazan con destruir el edificio, los francotiradores convierten los patios en zonas mortales y los ladrones entran a reclamar sus terribles recompensas. A pesar de la desgracia a que se ve sometida Halima Oum por parte de unos malhechores y con su esposo yacente tras el disparo, la joven procura por todos los medios mantener el equilibrio dentro de las paredes de la casa, asunto de vida o muerte.

El director y guionista belga Philippe Van Leeuw, hace una reflexión sobre la cobardía de huir, de dejar atrás a los tuyos, y sobre las situaciones límite en las que apenas caben la solidaridad o el heroísmo. La situación es tan difícil que existen pocas decisiones razonadas, si acaso algún impulso heroico irracional. Pues bien, en esta localización irrespirable y limitada, Van Leeuw es capaz de lograr una puesta en escena ágil, sin afectaciones ni sacudidas de cámara. Así, en unos pocos metros cuadrados, recorriendo la casa pasillo a pasillo, habitaciones en un palmo casi, un baño siempre ocupado y un puñado de personajes, consigue construir el centro universal más peliagudo y espinoso del comportamiento humano. Tragedia en un solo acto y la cámara a modo de pañuelo de lágrimas; imágenes tremendas, precisas en el tiempo y en el espacio; con una tensión sin altibajos, siempre al alza, en lo alto del drama, donde la claustrofobia, estar encerrado resulta una medida reconfortante y tranquilizadora. En ese piso de un edificio aún en pie se debate el destino de los protagonistas y también el de una humanidad enferma plagada de destrucción y muerte donde habita la depravación del hombre encarnada en saqueos, escarnios y violaciones. Esta cinta nos arroja a la cara dilemas angustiosos, perturbadores; un film que elude el melindre. En el centro, las bombas y los disparos de los francotiradores.

“Alma mater” está rodada con escasos medios técnicos en Beirut, con una cámara portátil que consigue una atmósfera intimista que consigue que el espectador penetre en la vida familiar y arriesgada de unas personas corrientes.

Tiene una música meritoria de Jean-Luc Fafchamps que cubre el drama junto con sonidos de helicópteros de bajo vuelo, disparos y proyectiles explosivos, a veces distantes, a veces muy cerca. La iluminación de Virginie Surdej da un brillo misterioso al apartamento y destaca las caras afligidas y los cuerpos lesionados; esta excelente fotografía de Surdej, cuya cámara a las órdenes de Van Leeuw se desplaza por los espacios de la casa con la tensión a cuestas, se convierte en una especie de acta notarial dolorida que se da de bruces con dramas poderosos, pero que tiene un sentido humano y de vida, aunque esta vida penda de un fino hilo envuelto por una gran tragedia.

En cuanto al reparto, el trabajo de los actores está encabezado por la gran actriz palestina Hiam Abbass que está sencillamente apabullante y con una inmensa vis dramática. Aunque la vertebración del film corra de parte de la madre, todos los personajes son substanciales y precisos para la obra, lo cual que se nota la complicidad de los actores entre ellos, consiguiendo un resultado más que aceptable en el trabajo final.

La película es también, en cierto modo, un ejercicio de juego macabro, un retrato escalofriante la descarnada y absurda guerra. A modo de sosiego, apenas hay imágenes explícitas de sangre o guerra, solo el sufrimiento y la angustia de los personajes en su asedio.

También resulta llamativo que la familia no habla de política, toda plática o discusión ha quedado subordinada a la supervivencia.

Película desasosegante, terrible, incisiva y abrasiva, pero tomada de situaciones reales que están ocurriendo, escenarios y situaciones que vemos cada día en prensa, TV o Internet a las que ya nos hemos habituado y por las cuales hemos perdido sensibilidad. Pero quienes vean esta cinta no podrán dejar de empatizar con sus protagonistas. Es una manera de interiorizarnos realidades horribles que respiramos a diario y a las que hacemos oídos sordos. Por eso esta película puede servir para despertar conciencias. De hecho, Van Leeuw ha declarado que esta película ‘proviene de un sentimiento de injusticia’.

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