Mañana se cumple un año del atentado que aquel 17 de agosto de 2017 asoló España. Porque, aunque les pese, Barcelona es una urbe española. Instantes antes de escribir estas líneas, mientras ojeaba la prensa pro independentista, el ex conseller de interior, Joaquim Form, con todos sus bemoles, señalaba en un artículo: Es una fecha que todos los catalanes asociaremos a diferentes poblaciones de nuestro país: Alcanar, Barcelona, Cambrils, Ripoll y Subirats”. Obcecado de manera perpetua en la mentira narniana que han ido creando, repiten sus propias mentiras incluso en periodos de duelo y de recuerdo a las víctimas.

Instantes traumáticos, los vividos aquel día de ayer, que son caldo de cultivo para algunos independentistas sin escrúpulos que utilizan cualquier circunstancia para fabricar argumentos por doquier. Me acuerdo cuando una noche, hastiado por las pausas publicitarias, decidí poner TV3 para ver si de verdad aquella cadena era un reclutador de independentistas. Nada más poner la cadena, el padre de uno de los niños víctimas del atentado terrorista de la Rambla, fuera de sí y con una rabia que parecía atravesar el televisor, soslayaba en catalán: “Los que mataron a mi hijo sí que son terroristas, que se entere el gobierno español. Nosotros, los independentistas solo velamos por nuestra libertad, no somos asesinos”. Con frialdad utilizaba a la figura de su cónyuge para atacar al gobierno de España. Todo vale para lanzar dardos al Estado.

Despojado de principios y de moral, el soberanismo ve en cualquier ocasión una oportunidad nueva para patrocinar sus intereses. Conmemoración de atentados, partidos de fútbol, programas infantiles, aulas de colegios… Cualquier espacio ejerce como foco para iluminar el camino del independentismo. Rupturistas, que quieren terminar con todo. No solo con España, sino convirtiendo cualquier tipo de homenaje apolítico en una manifestación soberanista. Ni los deseos de las víctimas para que el homenaje del viernes no se transforme en un acto más del soberanismo van a evitar que los de siempre se equivoquen de momento y de lugar para expresar sus consignas. Radicales, encabezados por la CUP, que, al no asistir al pertinente homenaje, cocinaran su propia protesta contra el Estado y contra el Rey Felipe VI para intentar enturbiar unos actos de recuerdo y paz. Concordia, que los cuperos, no conocen. Soberanistas rebeldes ex niños de papá, que viven de eso, de la destrucción y de la bipolaridad. Guerra entre españolistas y catalanistas que se dará una tregua en el día de mañana para recordar a las víctimas. Esos muertos, que no solo son catalanes, sino españoles y de otras nacionalidades. Inocentes que vieron como su lugar de vacaciones, Barcelona, se convirtió en el lugar de su muerte, que su paseo por la Rambla, fue su última caminata.

Caminantes que no esperaban que sus vidas fueran figuras utilizadas a favor del secesionismo. Muertos que deben de ser honrados, no humillados. Héroes que solo con el respeto y la paz, podrán ser rememorados. Inocentes que deben ser impermeables a todo tipo de tinte político.

 

 

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