Muchos pensarán que la ciencia-ficción es exclusiva de algunos lunáticos que prefieren tener la mente divagando por mundos inexistentes, distopías y utopías imposibles, viajes espacio-temporales que desafían la física, o héroes y villanos de folletín luchando con sables de luz. Sin duda, la ciencia-ficción es una de las cientos de formas de evasión que el ser humano necesita para “descansar” de su rutinaria realidad sin que por ello deje de alimentar su hambriento cerebro con historias imaginativas, pero la Ciencia-Ficción (la de gran pureza, con mayúsculas, heredera de visionarios como Julio Verne) es mucho más que todo eso: es una extrapolación de temas que han preocupado, preocupan y preocuparán al ser humano de cualquier tiempo pasado, presente y futuro. Es por ello que Battlestar Galactica es una serie que, a pesar de los 16 años que han pasado desde su estreno, toca temas que siguen siendo de rabiosa actualidad.

Battlestar Galactica trata básicamente, como es habitual en la ciencia-ficción, de la supervivencia de la humanidad: una humanidad que ha visto reducido su número drásticamente por culpa de un ataque genocida, ejecutado por robots inteligentes llamados cylons. Los cylons fueron creados por los seres humanos y se volvieron contra ellos efectuando un ataque masivo a las doce colonias en las que estaba repartida la humanidad por toda la galaxia. Los pocos supervivientes, unas decenas de miles, fueron obligados a huir y condenados a vagar por el espacio a bordo de una flota, liderada por el comandante William Adama (Edward James Olmos) en la Galactica y por la presidenta Laura Roslin (Mary McDonnell) en la Colonial One, astronaves que encabezan el poder militar y civil de toda la flota.

El objetivo último de la flota nómada es encontrar un nuevo hogar donde asentarse y volver a prosperar, un planeta que, según la leyenda y el folclore de sus creencias, se llama Tierra y para la inmensa mayoría no es más que un cuento de niños. A la dificultad de la búsqueda se le añade la aparición de una nueva raza de cylons, totalmente similares a los humanos, con el fin de que puedan infiltrarse en sus filas sin despertar sospechas, por lo que la paranoia está servida.

Sin duda, los ávidos seguidores del género recordarán que ya el genial Isaac Asimov utilizaba, en su famosa serie Fundación (de la que Apple TV ya está preparando su adaptación televisiva), la idea de una humanidad tan dispersa por el cosmos y evolucionada que se había olvidado de la localización del planeta de sus orígenes. Si bien Asimov dotaba a la búsqueda de la Tierra con consideraciones pseudocientíficas, en Battlestar Galactica es más bien una cuestión de fe pseudoreligiosa.

Battlestar Galactica bebe mucho de las space opera a lo Star Trek, adaptando varias de sus características distintivas: las jerarquías militares, las similitudes de los personajes del puente de mando de la Galactica con los de la Enterprise, o las enseñanzas morales y éticas que subyacen en cada capítulo. En esta última característica es donde Battlestar Galactica destaca sobre otras series del género y donde tiene su punto fuerte.

La serie es una especie de laboratorio en el que se experimenta con aspectos sociológicos, morales, políticos y teológicos. La flota nómada es como un estado federal en el que cada astronave tiene su propio gobernante, y todas son gobernadas por un presidente elegido democráticamente. Por otro lado, la Galactica se ocupa de la defensa, y se rige por un estricto y rígido código militar. Pero su importancia es crucial para la supervivencia de toda la flota, por lo que el poder de decisión del comandante Adama se equipara al de la presidenta Roslin, y por lo tanto estamos ante una democracia sujeta a un gobierno militar.

Durante la serie, la flota se ve afectada por elecciones presidenciales, mociones de censura e incluso por un presidente títere, Gaius Baltar (James Callis), controlado en la sombra por los cylons. En esa etapa concreta (temporada 3), somos testigos de la ocupación cylon de la colonia de Nueva Caprica, donde mantienen prisioneros a los humanos en una falsa idea de libertad. Como ocurriera con algunos de los episodios más tristes de la historia del siglo XX, aparecen facciones enfrentadas: simpatizantes del régimen dominante y detractores que acaban convirtiéndose en células terroristas. Una vez solucionados los conflictos, surge el inevitable deseo de una justicia rápida en la que se piden cabezas y se ejecutan juicios sumarísimos.

La religión aparece como dos vertientes: una monoteísta practicada por los cylons evolucionados (Dios), y otra politeísta profesada por la mayoría de la flota (los señores de Kobol), incluyendo a la misma presidenta Roslin. Al igual que en el cristianismo, las creencias sobre Kobol se asientan en un corpus de leyendas sobre las que la presidenta se basa para buscar la “tierra prometida”. Además, también hay cabida para un movimiento cismático en la figura de Gaius Baltar, cuyos simpatizantes lo siguen como a un iluminado dentro de un grupo similar a una secta fundamentalista.

Otro tema que se toca de manera directa es el de las enfermedades. La que desarrolla la presidenta Roslin es tratada de forma muy inteligente y poco sutil, pero en esa aparente falta de tacto se refleja el realismo de la serie, contando las cosas tal como son sin tapujos ni retoques. En este aspecto resulta curioso que, con la tecnología punta alcanzada por la humanidad, capaz de recorrer años-luz en un suspiro, no se haya descubierto ningún remedio para curar una enfermedad tan cruel.

Otro aspecto interesante sería analizar la vertiente científica de la serie y compararla con las últimas investigaciones en materia teórica y técnica, pero eso merecerá otro artículo en exclusividad.

Algunos episodios abren debates sobre temas tan dispares y tan delicados como la ética médica, la xenofobia o diversos dilemas morales en los que las decisiones se ven afectadas por sentimientos encontrados. Hay muchas iras, celos, envidias y rencores, pero también mucha amistad, compañerismo, disciplina y amor dentro de las frías paredes de la estrella de combate. Al fin y al cabo, las historias que cuenta la ciencia-ficción son historias de seres humanos, y las que cuenta Battlestar Galactica siempre nos parecerán cercanas, a pesar de los años-luz que pasen por ella.

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