“Si a algo no se parece, es a las que parece que se parece”. Con esta suerte de trabalenguas definía Rodrigo Cortés su nueva película, Blackwood (Down a Dark Hall es su título original). En esta nueva obra del cineasta español asistimos a la historia de unas adolescentes conflictivas que son llevadas a una oscura academia centenaria que se cae a pedazos y que alberga oscuros secretos. Con este envoltorio esperaríamos, por inercia, una película más de sustos para adolescentes.
Y Blackwood es una película para adolescentes, pero sin condescendencias ni paternalismos, según el mismo Cortés afirmaba. Aun enmarcándose en cierto convencionalismo que podíamos suponer antes de entrar a la sala, la cinta se desata de las mismas ataduras que ella misma se impone y consigue generar una obra con un empaque sensacional. En el aspecto visual genera una estética propia gracias a un tenebrismo la mayor parte de las veces dorado que encierra tanto a los personajes como a sus miedos y aspiraciones. Algunas escenas son de un diseño creativo y una factura técnica encomiables; otras, más convencionales, pero bien resueltas.
Personajes sencillos, reconocibles, bien delimitados, planos; perfectamente funcionales, al fin y al cabo, para una historia de estas características. Sobre las chicas protagonistas y la madame pivota una trama de naturaleza oscura que encierra ideas sobre el genio indómito y la adolescencia indomable, la búsqueda del sentido de la existencia propia y de aquella tarea que nos ocupe la vida y nos haga especiales. La película apunta a varias direcciones y no profundiza más allá de unos pocos metros en lo que podría ser un gran lago, pero sus mensajes permean con gran facilidad la mente del espectador.
Rodrigo Cortés consigue de la película un continuo perfecto, un hilo fácil de seguir a través de una dirección y un montaje que trabajan sobre un guion sencillo pero eficiente. En palabras más mundanas, la película nos hace perder poco el tiempo; nos ofrece información continuamente, pero sin saturar en ningún momento. El misterio que encierra la academia y sus integrantes no es, en el fondo, un gran misterio: se puede intuir, o al menos yo lo intuí, en los primeros compases de la película; pero el atípico trasfondo paranormal que se le imprime a los hechos consigue que eso importe más bien poco.
La duda mayor que me surge es si, efectivamente, la película será entendida en su plenitud por los adolescentes en tránsito y no por los que ya sobrevivieron a la adolescencia. No sé si es demasiado sutil o demasiado evidente; no sé, en definitiva, para quién es esta película, pero creo que, en esencia, es una película sensacional y una obra a destacar en la filmografía de Rodrigo Cortés. Las buenas películas son, bajo cierto punto de vista, las que consiguen lo que se proponen, sea lo que sea lo que propongan; ese es el caso de Blackwood.