Isabel Celaá, actual ministra de educación, anunció este jueves el proyecto de reforma de la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE) conducente a restituir a las asignaturas de Ética (4º de la ESO) e Historia de la Filosofía (2º de Bachillerato) la obligatoriedad que habían perdido con la entrada en vigor de la nueva normativa. Este anuncio confirmaba la proposición no de ley que, un día antes, los grupos del PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos habían aprobado, por iniciativa de ésta última formación política, en la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados para cambiar el carácter optativo que durante los últimos años ha tenido la filosofía en los institutos. Las celebraciones y las muestras de júbilo no se han hecho esperar: la Universidad Complutense de Madrid lo calificaba de “buena noticia”, reivindicando que “pensar es lo único que nos hace libres”; la Red Española de Filosofía, por boca de su presidenta María José Guerra, reivindicaba la importancia de la filosofía en el bachillerato, alegando, por ejemplo, que “en Estados Unidos, las universidades valoran mucho el Critical Thinking, la argumentación”; el periódico El País no se quedaba corto en su editorial de ayer y subrayaba que la filosofía, “en tiempos de posverdad, es un escudo contra los intentos de manipulación colectiva y una vacuna ante dogmatismos y mentiras”.

Pero seguramente lo más llamativo de toda esta vasta polémica es que parece haber arrastrado el problema más amplio de la organización global de las enseñanzas medias y, más concretamente, del bachillerato. Como si el debate sobre la obligatoriedad de la asignatura de filosofía no pudiera nunca plantearse de forma circunscrita, en los últimos días se han sucedido las intervenciones de políticos y representantes de la cultura que ponían en tela de juicio la conveniencia de otras asignaturas como Historia de las Religiones, al tiempo que se problematizaba la actualidad de un currículo que, se dice, no está a la altura de los tiempos y de las necesidades de nuestros alumnos. ¿Cómo es posible que la filosofía, que es al parecer la pars pudenda de todo el acervo curricular de las enseñanzas medias, levante casi de forma necesaria semejantes debates que afectan a la totalidad del sistema educativo? Tal vez, creemos, porque la filosofía no se reduce solamente a las asignaturas que la llevan en su nombre (agregando a éstas la Ética), sino que está disuelta, a veces de forma casi irreconocible, en todas las disciplinas que tienen su lugar correspondiente en la “República de las Ciencias”.

Desde la división del bachillerato en las modalidades de ciencias y de humanidades, que remite en última instancia a la vieja distinción entre naturaleza y cultura, o physis y nómos, pasando por los teóricos decimonónicos de las ciencias humanas o del espíritu, contrapuestas a las ciencias llamadas naturales (añadiendo a veces la modalidad artística, que se añade a las dos modalidades previas como la tercera crítica de Kant añadía el juicio estético al conocimiento especulativo y práctico, respectivamente, de las dos críticas previas), todas las asignaturas y las ramas del saber están condicionadas, quiéranlo o no, por compromisos filosóficos inevitables. La forma de impartición de la historia universal y la historia de España (más la historia autonómica), la obligatoriedad del inglés como genuina lengua de intercambio, los ejercicios gimnásticos a los que llamamos “educación física” (¿no hay en esta denominación una clara reminiscencia de la teoría del hombre-máquina de La Mettrie, que reduce, contra la tradición escolástica, la idea de hombre a su constitución física o muscular?); todas ellos son ejemplos de disciplinas que acuden, aunque no lo sepan, para su justificación y organización interna, a la filosofía. Una filosofía que no podrá ya, como de hecho se hace, entenderse como un saber exento, autocontenido y enterizo, que se pueda quitar y poner a placer: la filosofía no vuelve ahora al bachillerato porque nunca se fue, porque no pudo irse. Por eso creemos que la forma en que la filosofía debería volver al bachillerato no es tanto como una narcisista contemplación de su propia historia (que, según la tesis de Thomasius, sería la única sustancia del saber filosófico) ni, aún peor, en su tradicional papel de sirvienta (ancilla) de muy variadas organizaciones políticas o nebulosas ideológicas (constatación que deja en ridículo a quienes proclaman como cosa evidente que el mero conocimiento de la tradición filosófica es garante de la libertad y del juicio crítico).

La filosofía debe volver al bachillerato para “volver del revés” (Umstülpung) el propio bachillerato y las enseñanzas medias en general, para problematizar hasta sus últimas consecuencias los contenidos y la forma de organizar esos contenidos que todo el mundo da por presupuestos en la educación contemporánea. Nadie negará que el conocimiento doxográfico de la historia de la filosofía sea fundamental (como lo es el conocimiento de la historia de las matemáticas o la historia de la física, por lo demás prácticamente ausentes en la docencia de las matemáticas o de la física), pero tampoco podemos aceptar en absoluto que la filosofía sea solo eso. Acaso quienes piensan esto, que aparentemente no son pocos, estén inmersos en un cúmulo de concepciones mucho más serviles y acríticas que aquellos que no han oído hablar en su vida de Aristóteles o Kant.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.