Los espectadores del pasado festival de Sitges tuvieron la oportunidad de disfrutar de uno de los títulos más notorios del programa, y quizás una de las mejores películas que nos ha dejado el año 2019. Y es que El faro, estrenada el pasado día 10 de enero en cines seleccionados, ya viene cargada de nominaciones (incluyendo la de mejor fotografía para los próximos Óscar) y de premios como el Quincena de realizadores de Cannes y mejor actor secundario en los Satellite Awards de Los Ángeles.

El filme cuenta la historia de dos fareros, uno veterano (Willem Dafoe) y su joven ayudante (Robert Pattinson), que son enviados a una distante isla de Nueva Inglaterra para cuidar de su faro. La diferencia de edad tanto como de experiencia, unido a la jerarquía existente entre uno y otro, dará lugar a enfrentamientos en una convivencia ya de por sí complicada. La sensación de estar en el confín del mundo, expuestos a la furia de los elementos y a una oscuridad constante, malsana y asfixiante, rodean ese pequeño universo en el que se ven confinados como si se tratara de dos presos condenados tan sólo por sus actos vitales.

Robert Eggers lleva sólo dos películas en su haber: la que nos ocupa y la que fue su ópera prima (refiriéndonos a largometrajes, puesto que ya comenzó rodando un par de cortos, como es habitual en todos los directores). La bruja (2015) sorprendió por su atmósfera perturbadora y su capacidad para mantener la inquietud en el espectador, y ahora con El faro ha conseguido multiplicar exponencialmente el talento que demostró en su debut.

El texto, escrito por el mismo Eggers junto con su hermano, lleva al espectador a terrenos (o aguas, si gustan) desconocidos, jugando con el factor sorpresa y con elementos muy característicos del terror clásico, con claras referencias a H.P. Lovecraft. Los horrores marinos del escritor norteamericano conviven a la perfección con los síntomas de locura propios del entorno hostil en el que los fareros intentan llevar el día a día.

La cinta tiene dos características que llaman poderosamente la atención. Una de ellas se hace notoria desde el primer minuto: su poderoso aspecto visual. La fotografía de Jarin Blaschke, de tétricos claroscuros en un delicioso blanco y negro, acompaña y envuelve la odisea existencial de los dos ocupantes del faro. Blaschke ya dio muestras de estilo en su trabajo anterior, La bruja, también junto con Robert Eggers, pero en El faro sus matices y juegos de luces conforman un cuadro que late y respira conjuntamente con la trama y los actores.

La segunda característica también se hace destacable a los pocos minutos y evoluciona en progresión geométrica: el magistral duelo interpretativo de los dos únicos actores del filme. Willem Dafoe, veterano entre veteranos y todavía en plena forma (ha estrenado cuatro películas durante 2019, tres de ellas como protagonista principal), encarna a un personaje egoísta y cascarrabias, flatulento y borracho, un viejo lobo de mar que cree sabérselas todas. Su interpretación es desagradablemente creíble, natural y brillante, consiguiendo un efecto magistral.

Por otro lado, Robert Pattinson encarna a un personaje sufrido y furibundo, con sus propios secretos y poco dado a obedecer órdenes. Resulta asombrosa la evolución que ha tenido este actor desde aquellos vampiros descafeinados de Crepúsculo (2008), donde todo indicaba que su condición de nuevo ídolo adolescente iba a llevarlo al encasillamiento. Afortunadamente, no sólo huyó de ello sino que posteriormente ha devenido como un actor a destacar, siendo incluso elegido para ser el nuevo Batman en la futura película que dirigirá Matt Reeves. Su papel en El faro es equiparable al de Willem Dafoe en fuerza y calidad interpretativa, sobre todo teniendo en cuenta que evoluciona “in crescendo” con la narración.

Notable como ejercicio de estilo y funcional como película de terror psicológico, El faro es una de las propuestas más recomendables que podemos encontrar en la cartelera reciente.

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