Pablo Casado, el nuevo presidente del Partido Popular, ha sido ungido en sus primeras cuarentaiocho horas por las incoherencias pretéritas de la Universidad Rey Juan Carlos. El lunes comenzó con un delicado y amoroso acicalado del periodista Federico Jiménez Losantos, quien, falsamente crítico y duro, se dedicó a apuntalar y abrillantar con dulzura los puntos fuertes del joven príncipe del nuevo conservadurismo liberal (término para él fácilmente compatible). Se dedicó el profesional a formular preguntas formales y concisas falsamente frías y analíticas, pero en realidad recargadas hasta la extenuación de épica y obsesión, como desesperado por sacar titulares y promesas fuertes y hercúleas de su muchacho promesa.

Casado defendió que “el PP ha vuelto”, que ha habido un rearme ideológico liberal y conservador en el principal partido de España, con la firme intención de “defender España”, la familia española y la economía española (entendiendo yo de aquéllo que un meteorito va a destruir nuestra nación y sólo él puede evitar la catástrofe). Casado quiso, parece, aliarse con los viejos dinosaurios contra el meteorito que amenazan nuestra gran nación (para algunos la más vieja de Europa): el partido no había vuelto a reivindicar la familia ni a criticar tan abiertamente la política social del PSOE desde mucho tiempo atrás, tiempos cuando Rajoy denunciaba la inmundicia semántica del matrimonio homosexual de Zapatero llevando hasta el Supremo sus quejas para, finalmente, dejar pasar un tupido velo y asistir al matrimonio de Maroto con otro varón una vez la gente hubiera olvidado su tormentosa oposición anterior. Casado es de la vieja escuela y no se arrepiente de ello; farda en lugar de avergonzarse: cree que la etiqueta de conservador es tan escasa en los tiempos que corren que tiene una suerte de pedigrí del que enorgullerse.

Sin embargo Casado es un híbrido intelectual: es aznarista y aguirrista, y rajoyista por necesidad estratégica más que por convicción moral. Casado coquetea con estas escuelas, la liberal y la conservadora, que parecen hermanas gemelas y no mellizas, lo que es en realidad. Una prueba de ello es el matrimonio gay o la gestación subrrogada: aunque algunos se esmeren en repetirlo, y aunque el PP haya unificado ambas concepciones esperando de tanto repetir el binomio consagrarlo como verdad bíblica, ser conservador y liberal no es lo mismo y , de hecho, a veces hasta son concepciones opuestas del valor del Estado. La defensa de la familia y de la tradición frente a supuestos ataques del PSOE por parte de un gobierno conservador (de tradiciones y prejuicios católicos) que gestionaría políticas públicas y recortaría derechos vía decreto no casa precisamente con un gobierno liberal que limita las políticas públicas y los recortes de derechos vía decreto (si es que esto tiene cabida en un régimen democrático, esto es, mediante y a partir del derecho limitar precisamente el derecho, los derechos, de otros compatriotas -véase a este propósito la limitiación de políticas de apoyo a la natalidad para lesbianas-). Casado quiere meterse en el dormitorio de los españoles y quiere dejar el dormitorio de los españoles en paz, intervenir en la moral y no intervenir en la moral, ser profundamente conservador y profundamente liberal, sorber agua y soplarla.

Casado está muy tranquilo en su nicho ideológico: es conservador de la punta del pie hasta el último pelo de su cabeza, y por ello respetó profundamente a la Universidad Rey Juan Carlos, una institución democrática dedicada a dar educación universitaria a los madrileños, y no medró contra valores como el esfuerzo y la igualdad de oportunidaes, contra la autoridad conservable y digna de la institución universitaria, prostituyéndola a su favor. Casado también es liberal y se opone a la intervención estatal de asuntos públicos, postulándose a favor en cambio por empresas privadas: por eso eligió una universidad pública para su máster, por eso usó su influencia en el Partido Popular de la Comunidad de Madrid para terminar rápido un máster, y por eso usó lo público, en contra de la doctrina del esfuerzo, para poder granjearse, a través de, como subrayo, una institución pública, un puesto en lo privado.

Desde luego este joven no es complejo, sino contradictorio. No es un enfant terrible con carácter, sino un niño de papá (papá partido, por supuesto). Es la viva prueba de que el aforismo que relaciona la juventud de un individuo con su tendencia al carácter al revolucionarismo es falso. “El Partido Popular ha vuelto”, dice el lunes, cuando el sábado no ahorraba calificativos para el patriarca gallego, como diciendo que el partido nunca se había ido a ninguna parte. Es joven y es anciano, revolucionario y burgués, liberal y conservador, aznarista y aguirrista, hacedor de trabajos de fin de máster y mago desaparecedor de trabajos de fin de máster. Es alto y bajo, bueno y malo, sincero y mentirosísimo. Un híbrido.

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