Un Goya a los mejores efectos especiales, premio del público en el Festival de Toronto, mejores película, efectos especiales, director novel y premio del público en Sitges… pero El hoyo, donde realmente ha causado sensación, ha sido en Netflix.

Debido al confinamiento que requiere la situación actual, la plataforma es una de las más demandadas por un público ávido de estrenos decentes para llevar lo mejor posible la realidad surrealista que vivimos a la fecha de este artículo. Bien sea por el boca a boca, por el palmarés que trae a sus espaldas o por el exceso de tiempo libre, que hace que la mayoría presten más atención a lo que ven, El hoyo se ha convertido en todo un fenómeno en sí mismo. Pero la culpa no la tienen sólo los motivos coyunturales: los grandes culpables hay que buscarlos en la dirección de Galder Gaztelu-Urrutia y la original premisa de David Desola y Pedro Rivero.

Aviso para puristas: el párrafo que viene a continuación (y únicamente ese párrafo), sin ser un spoiler, detalla aspectos de la película sin desvelar nada de la trama. El aviso no es banal, ya que puede haber algún lector que prefiera adentrarse en la película sin saber absolutamente nada de ella, lo cual comparto y comprendo porque es, precisamente, lo que yo mismo hago con algunos títulos que se prestan a ello.

El hoyo se desarrolla en un escenario casi minimalista: una especie de prisión vertical, de varios niveles, donde las celdas son habitadas por dos personas, y en el centro un hueco rectangular. Por ese hueco va descendiendo una mesa repleta de comida preparada en el nivel más alto, de manera que las personas que se encuentran en los niveles superiores tienen la posibilidad de comer más que las de niveles inferiores, puesto que en esos niveles comen sólo las sobras que han dejado los de arriba. Cuanto más abajo se encuentre el nivel, más probabilidades hay de que no llegue nunca la comida. Ya se aprecia aquí la metáfora más notoria de la cinta: la pirámide social, en la que la ética parece ser sólo para débiles, y donde los recursos, suficientes para cubrir las necesidades de toda la pirámide, se los reparten los que lideran la cúspide sin pensar ni en los que se encuentran en el medio, ni mucho menos en los que se encuentran en la base. Individualismo y supervivencia: no importa quién se muera mientras no me muera yo.

Todo está pensado para crear un ambiente incómodo: desde la banda sonora de Aránzazu Calleja, de acordes estridentes, hasta la fotografía de Jon D. Domínguez, tétrica y de tonos oscuros, muy idónea para reforzar esa sensación de fatalidad y desasosiego que no nos abandona en toda la cinta. La atmósfera acompaña también a los diálogos, que salen enigmáticos y lapidarios de los labios de Zorion Eguileor, y llenos de pena e incredulidad de los de Antonia San Juan, sin duda las dos interpretaciones más destacadas de la cinta.

No hay que desmerecer tampoco el trabajo de Iván Massagué, rostro conocido por sus diversas apariciones en series de televisión (de dudosa calidad la mayoría, dicho sea de paso), que aporta el personaje con el que el espectador se identifica desde el minuto cero. Sus preguntas iniciales son las mismas que todos nos haríamos en su situación: ¿dónde estoy? ¿cómo he llegado aquí? ¿quién coj… eres tú?

Es inevitable recordar otras distopías cinematográficas que bien podrían convivir con el mundo de El hoyo. Siguiendo el mismo planteamiento de prisión euclidiana, podemos encontrar una hermana mayor en la excelente Cube (1997) de Vincenzo Natali, toda una película de culto convertida en trilogía y una pionera en este tipo de “escape rooms” mortales, donde los prisioneros deben resolver una serie de enigmas lógicos para sobrevivir. El hoyo bebe a grandes tragos de Cube, tal es así, que el mismo Vicenzo felicitó en un twit al equipo de la película.

Otro título a destacar es Círculo (2015), de Aaron Hann y Mario Miscione. Se acerca más a la premisa de El hoyo en lo referente al tema de la supervivencia individual y al “sálvese quien pueda” a cualquier precio. Otra del estilo, aunque algo más alejada de esa concepción, la encontramos en la famosa Saw (2004) de James Wan (sí, el de Insidious y Expediente Warren), convertida ya en un folletín con sus ocho entregas a fecha de hoy.

Si alguien quiere buscarle alguna pega a El hoyo, que para mí no es tal, la podría encontrar en su final, abierto a varias interpretaciones. Gaztelu-Urrutia llegó a dar una explicación, pero aclaró que lo interesante del final es precisamente su ambigüedad, para que tanto un espectador de condición pesimista como otro con ideas optimistas puedan sacar sus propias conclusiones. Como si de un test de Rorschach cinematográfico se tratase.

Es innegable que El hoyo no deja indiferente a nadie, y su éxito ha provocado que Netflix esté en negociaciones para realizar una posible secuela. Mientras tanto, disfrutemos de esta brillante extrapolación de la realidad ahora que la mayoría de nosotros tenemos algo más de tiempo para meditar sobre lo que vemos.

Tráiler

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.