“Estoy vivo, que ya es mucho”, declaró hace unos meses Carlos Saura a ABC, tras el estreno de su último trabajo: Las paredes hablan, donde hace un recorrido por la Historia del arte. Una singular mirada de cómo ha ido evolucionando la relación del arte con la pared como lienzo de creación, ello desde las primeras revoluciones gráficas en las cuevas prehistóricas, hasta las manifestaciones vanguardistas del arte urbano.
Un Saura agarrado a su cámara durante ocho décadas, entre dos siglos.
El pasado 10 de este febrero/2023 fallecía uno de los grandes nombres del cine español, amén de pintor, fotógrafo o escritor. A Saura le debemos toda una generación, una luz en el gris panorama del cine de los años cincuenta en delante del pasado siglo, hasta el final de la dictadura. Y luego más, porque Saura fue grande entre los grandes de principio a fin.
Saura era un símbolo y sus películas fueron un agujero en el sistema político creado por Franco. Por ese hueco se colaba la inteligencia y la visión de una nueva España alejada de la estética de la dictadura. Como la censura vigilaba implacablemente cualquier producción cultural, Saura se veía obligado a recurrir a metáforas talentosas y creativas para expresar lo que pensaba y a la vez, sortear a los censores con enorme talento.
Había un público que se identificaba con sus películas, aunque la crítica oficial denostaba y despreciaba su cine en favor de otros directores más afines al régimen como Juan de Orduña o Rafael Gil.
Carlos Saura formó parte del llamado “nuevo cine español” junto a Víctor Erice, Mario Camus, Martín Patino, Miguel Picazo, Julio Diamante, José Luis Borau o José Luís Cuerda, entre otros. Sus influencias cinematográficas venían de directores de las décadas de los años 30, 40, 50 y 60 (Billy Wilder, William Wyler o John Ford).
Saura ha sido un director muy prolífico: Los golfos (1959); La caza (1963); Peppermint Frappé, 1967; Ana y los lobos, 1973; La prima Angélica, 1974; El amor brujo, 1986; Flamenco, 1995; Goya en Burdeos, 1999; Fados, 2007; Jota, de Saura, 2016, y así hasta 69 producciones.
Para este adiós referiré dos películas emblemáticas de él: la célebre, Cría cuervos (1975); y, Deprisa, deprisa (1981).
CRÍA CUERVOS (1975). Una adulta Ana (Chaplin) se dirige a la cámara y rememora su infancia desde la muerte de su padre, hace 20 años. Ana se siente responsable, pues cree que su padre murió como consecuencia de haber ingerido un vaso de leche conteniendo una sustancia inocua que la niña consideró veneno.
Ana es adulta y es niña también en la película; niña de mirada profunda y melancólica (Torrent). Ella cree tener poder sobre la vida y la muerte de quienes le rodean, y cree además que posee la capacidad para invocar la presencia de su madre, muerta hace años. Ana extraña a su madre e imagina verla frecuentemente.
Con la producción de Elías Querejeta y una dirección y guion excelentes de Carlos Saura, se construye este filme, una obra cimera del cine español.
Saura saca el máximo partido a la interpretación de los protagonistas, colocando la cámara en el sitio apropiado y retratando perfectamente cada rostro. Magnífico trabajo de dirección de actores, que alterna brillantes escenas costumbristas.
Además, la película tiene toques surrealistas, como las escenas de las patas de pollo en el frigorífico y otras. Tiene también una excelente fotografía de Teo Escamilla y la música es de varios autores, destacando el tema musical principal de título Porque te vas, compuesto por José Luis Perales, e interpretado por Jeanette.
El reparto es de lujo. En primer lugar, por la niña Ana Torrent, que fue uno de los grandes descubrimientos del cine de los setenta, con una penetrante mirada interrogante al bies de la cámara. Geraldine Chaplin, en su doble papel de madre e hija está superlativa.
Mónica Randall de maravilla y convincente. La enorme actriz y mujer que fue Florinda Chico luce aquí en todo su esplendor de criada. Héctor Alterio cumple en su papel de padre militar, fascista y mujeriego.
Película rodada el año de la agonía y muerte del dictador. Y es curioso, pues el filme habla, en la simbología de sus personajes, de la dictadura (militar facineroso, madre abnegada, tía connivente, niña amedrentada…); y lo hace también en la semántica de esa antigua casona detenida en el tiempo, opresiva, un ambiente del que nunca se sale.
Y, en fin, en otros muchos detalles se refiere la dictadura para acabar el filme abriendo las puertas de la casa, saliendo los niños al mundo exterior, el inicio de las clases, caminar hacia la escuela: es una secuencia liberadora y prometedora, para las niñas en un primer sentido; y liberadora también para la España que dejaba atrás el franquismo gris y opresor.
Pero lo que realmente «carga» de fuerza la crítica del filme es la presencia de Ana: la niña Ana Torrent, con apenas ocho años, su mirada infantil se convierte en un prisma que denuncia sin tapujos el comportamiento de los mayores: grandes y expresivos ojos negros, pero, sobre todo, su actitud rebelde y desafiante ante el mundo de los adultos.
Ana está obsesionada con la muerte, su madre ha muerto, ella culpa a su padre de ello e incluso cree que ella misma ha matado a su padre envenenándolo; Ana padece y repudia las reglas de la casa. De otro lado, Saura no es lineal en el relato, hace hablar a la Ana adulta sobre la farsa del paraíso infantil: «No creo en el paraíso infantil, ni en la inocencia, ni en la bondad natural de los niños», llega a decir la Ana adulta en la película, y hace saltos hacia el pasado, a las infidelidades de su padre de las que Ana fue testigo, o los momentos tiernos con su madre.
En cualquier caso, la película puede verse de muchas maneras y todas excelentes. Ya sea como una declaración ideológica o como la historia entrañable de una niña en su encuadre familiar.
Una obra de gran fuerza, inteligente y que encierra matices muy diversos. Por eso no está de más verla varias veces, pues en cada visionado uno recupera y descubre elementos, detalles, gestos o diálogos esclarecedores. Y la sensación de haber visionado una de las grandes películas de nuestro cine, una película llena de lirismo y de denuncia. Lo mejor en la filmografía de un Saura genial.
Y para acabar, la letra de la canción principal que la niña Ana escucha varias veces a lo largo de la película. Canción de José Luís Perales cantada por Jeanette, cuya letra no fue elegida al azar por Saura: describe las tristes consecuencias y efectos que sobre una persona tiene saber la inminente partida de otra, describiendo los estados anímicos que suelen emerger en alguien que debe enfrentar la separación de su objeto amado. La canción fue todo un éxito.
Porque te vas
Hoy en mi ventana brilla el sol
Y un corazón se pone triste
Contemplando la ciudad
Porque te vas
Como en cada noche desperté
Pensando en ti
Y en mi reloj todas las horas vi pasar
Porque te vas
Todas las promesas de mi amor se irán contigo
Me olvidarás, me olvidarás
Junto a la estación yo lloraré igual que un niño
Porque te vas, porque te vas
Bajo la penumbra de un farol se dormirán
Todas las cosas que quedaron por decir se dormirán
Junto a las manillas de un reloj esperarán
Todas las horas que quedaron por vivir, esperarán (…)
Tráiler: https://www.youtube.com/watch?v=Q5elSi_04pM
DEPRISA, DEPRISA (1981). Película de quinquis y crítica social rodada por Carlos Saura con actores aficionados, jóvenes adolescentes tomados de los bajos fondos como los que trata el filme. Ganó el Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín.
En esta obra, Saura vuelve a los ambientes de delincuencia y marginados en todo sentido, e incluye a varios muchachos: Pablo, El Meca, El Sebas y Ángela, que desean escapar de una realidad muy difícil en la que viven. Para ello necesitan dinero. Pero trabajar es de «pringados».
Los personajes quieren autos, droga, piso, electrodomésticos, es por ello por lo que van «deprisa, deprisa», para conseguir la guita rápidamente en algún atraco, huir y disfrutar del botín; y también la cosa de vivir deprisa, apurando el riesgo y sabiendo que al final les espera la muerte.
Corría el año 1981 cuando se rodó la película, años en los que la delincuencia estaba vinculada al tráfico y consumo de estupefacientes. Una auténtica pandemia y una preocupación para los ciudadanos, establecimientos (farmacias, joyerías, etc.) y para el propio Gobierno, cuya policía procuraba poner orden en un caos que incluía las matanzas de ETA.
También, la caída del dictador en 1975 relajó las costumbres, de manera que estos muchachos vivían, además de momentos de dificultad económica y social, un instante histórico de «libertad», y a veces, la libertad del «todo vale».
La droga era común en aquellos ambientes; droga que mataba, heroína esencialmente, amén de alcohol y hachís. Muchachos sin formación, abocados al fracaso escolar, sin trabajo y empujados a la delincuencia.
Saura hace una magnífica dirección y saca un buen partido del reparto actoral de aficionados con los que trabajó. El guion de Blanca Astiasu, basado en una historia del propio Saura, está muy bien construido, con diálogos ocurrentes acordes a la realidad que narran.
Acompaña música flamenca, plan rumbas de Los Chichos o Lole y Manuel que por aquel entonces triunfaba. La fotografía de Teo Escamilla arropa la acción y las escenas trepidantes.
Esta película sigue vigente, entre otras por la verosimilitud que da ser interpretada por jóvenes delincuentes y actores aficionados. El protagonista falleció a los diecisiete años por sobredosis de heroína. La actitud, el comportamiento desconcertante, la mirada magnética y el bello rostro de Berta Socuéllamos consigue fascinar.
Esta película es un cuasi documental que retrata la atmósfera de post dictadura que aún tenía sus secuelas de desconcierto, de indolencia y de enfermedad moral inoculada por tantos años de manu militari.
Tráiler: https://www.youtube.com/watch?v=9evKFOJW6s4