Una bandera de España, en blanco y negro, ocupa toda la pantalla hasta que, de a poco, se colorea en bandera republicana. Así da comienzo esta película que hace un recorrido por los inicios de nuestra guerra civil, justo cuando Franco fue nombrado Jefe del Estado de la zona nacional. Insinúa la cinta que muchos de los actuales desencuentros políticos y sociales ya estaban en forma larvada o manifiesta en aquel tiempo. Amenábar pretende que aprendamos del pasado para comprender el presente de nuestra compleja y en ocasiones difícil España. Una pretensión en su intención discutible, aunque no entraré en este asunto pues nada quita ni pone a la película.

El timón del film se coloca en la figura de uno de nuestros más reconocidos intelectuales de todos los tiempos, Don Miguel de Unamuno, eterno Rector en la Universidad de Salamanca y personaje cumbre de nuestra cultura y nuestro pensamiento, lúcido, mordaz, sufriente, dudoso, claro y honorable. En Unamuno cobra fuerza esa idea del español paradójico, si bien la obra unamuniana siempre fue directa contra el poder y sobre todo contra la mediocridad, la brutalidad y la iniquidad; o sea, la contradicción unamuniana siempre desemboca en coherencia, coherencia que convence; además, sus paradojas, como él dejó dicho “son gritos de pasión”.

Años atrás había sido uno de los intelectuales más críticos con el rey y la dictadura de Primo de Rivera, lo que le valió el exilio. Un Unamuno enarbolando la razón, ‘doliéndole’ la España que veía, que apoyó la fundación de la era Republicana como socialista en su momento. La misma República que explotó en ira y muerte contra inocentes: hombres de bien, religiosos, iglesias en llamas y barbarie. ‘No es eso, no es eso’, que dijo Ortega. Por todo eso, apostaría al poco por los sublevados, a los cuales suponía pacificadores de las tropelías del Frente Popular para, posteriormente, re-instaurar la República. Mas finalmente, los insurrectos fueron igual de arbitrarios y criminales. Por eso, Unamuno se revolvió también contra aquel movimiento militar y contra Franco que, como él decía, ‘vencía’ pero no ‘convencía’. No quiso ser utilizado por unos militares presididos por el desafuero. La película, en fin, evidencia la difícil tesitura de un Unamuno, un pensador libre, que se encontró entre dos vendavales: el bolchevismo de la República y el fascismo que vino a suplantarla. Muy difícil asunto para cualquier ser humano, por sublime intelecto que tenga.

La película se desarrolla en el verano de 1936. Unamuno apoyando al general Franco que prometía traer el orden a nuestro convulso país. Destituido de su cargo de Rector por el Gobierno de la República, cuando los sublevados toman el poder, Unamuno es restituido de nuevo por la Junta de Defensa Nacional. Pero la deriva sangrienta de la nueva autoridad: juicios sumarios, fusilamientos y todo tipo de tropelías, hace que Unamuno no pueda callar. Justo cuando Franco instala su cuartel en Salamanca, Don Miguel va a verlo para pedirle clemencia y solicitar amparo para algunos amigos suyos. Pero poca cosa logra de Franco que junto a su esposa Carmen Polo lo reciben en su palacio.

En el film se prodiga un personaje entre grotesco y siniestro: José Millán-Astray, fundador de la Legión. En un momento principal del film, el general M.-A. le suelta Unamuno: “Ustedes, los intelectuales, son muy valientes detrás de sus libros, en su trincheras”. A lo cual responde Unamuno: “Hay otras maneras de ser valiente”. Ahora ya estamos ante un Unamuno menos endiosado y egocéntrico, un hombre que expresa su repulsa hacia los nuevos vencedores, una persona más próxima al sufrimiento y la enorme desgracia de sus semejantes, paisanos, amigos, discípulos y ciudadanía, esos que pagan siempre lo que eufemísticamente llamamos “daños colaterales” de las contiendas armadas.

La dirección de Alejandro Amenábar es meritoria, narrador excelente siempre en el detalle, movimientos circulares de la cámara y primeros planos de enorme interés para el relato, colocando la cámara en el lugar justo para dar intensidad a cada plano; un artista que donde mejor se encuentra es en el cine de género y para quien el espectador es razón primordial.

Trabado guión del propio Amenábar junto a Alejandro Hernández y una sugerente a la vez que excesiva música, también de Amenábar; maravilla de fotografía de Alex Catalán. Intachable puesta en escena con el bello entorno salmantino de fondo. Todo lo cual arropa la producción de manera elegante y efectiva.

 

El reparto es descomunal, con un apasionado Karra Elejalde que modela su interpretación para recrear a un complicado Unamuno de manera sobresaliente. Santi Priego se atreve y nos ofrece a un Franco medido en cada gesto y a la perfección que muestra a un hombre ambicioso, astuto, frío, receloso y sobre todo endiosado y capaz de cualquier cosa por llegar a lo más alto. Y Eduard Fernández es Millán-Astray, sujeto primario que roza lo grotesco, colérico e histrión, anti-intelectual, orgulloso de sus cicatrices de guerra, muy peligroso y fiel a Franco. Acompañando Santi Prego, Patricia López, Inma Cuevas, Nathalie Poza, Luis Bermejo, Mireia Rey, Tito Valverde, Luis Callejo, Luis Zahera, Carlos Serrano-Clark, Ainhoa Santamaría, Itziar Aizpuru y Pep Tosar.

Y tras la progresión previa, para el final está el enfrentamiento, alboroto y clímax dramático en el paraninfo de la Universidad salmantina, cuando Millán-Astray, arropado por el poder y la caterva de falangistas y legionarios que lo jalean grita su: ¡”Viva la muerte”! mientras Unamuno, tomando la palabra dice, entre otras: “Venceréis porque tenéis la fuerza bruta, pero no convenceréis, porque para convencer tendríais que persuadir, y para persuadir no tenéis lo que hace falta: la razón y el derecho”. Esta es, finalmente, la sustancia de la cinta: la prevalencia de la razón, una razón que a nuestro eminente Unamuno le fue negada, teniendo que salir del Paraninfo aquel 12 de octubre de 1936, Día de la Raza, de la mano de la esposa de Franco, que le evitó males mayores.

Sin grandilocuencia ni maniqueísmo, en un punto medio, esta historia trágica está contada sobriamente, con emoción, con racionalidad también, de forma contenida pero igualmente arriesgando con el mensaje implícito, bastante aventurado, de que siempre hay la posibilidad de que las hostilidades se reediten en España. En mi opinión esto es bastante improbable. Hoy somos unos españoles más preparados, cultos y amantes de la paz y la concordia. Tal vez sean los políticos quienes tengan que moderar sus discursos.

 

PD:

Aunque yo no he vivido personalmente la historia que narra esta película, sin embargo tengo noticia de primera mano sobre ella. Mi abuelo era profesor en la Universidad de Salamanca poco antes de los acontecimientos del film y conoció sobradamente a Unamuno. Además, uno de los personajes que siempre acompaña a Unamuno al café Novelty en la Plaza Mayor, Salvador Vila, era familia nuestra. Mi madre, nacida en Salamanca en 1915, nos habló muchas veces sobre la figura de Unamuno y sobre la de Salvador Vila. Por esto y por otros datos de primera mano estimo que la narración de Amenábar toma el pulso de la época de manera fidedigna, si obviamos algunos episodios que son, evidentemente, ficción cinematográfica. De entre ellos hay dos aspectos que quiero desmentir. El primero se refiere a Salvador Vila, el cual en 1936 era ya Catedrático de ‘Cultura Árabe e Instituciones Musulmanas’ y Rector de la Universidad de Granada. Y es verdad que fue fusilado, pero en Víznar (Granada), en el mismo paraje en que fuera muerto también el poeta García Lorca. En segundo lugar, el episodio final en el Paraninfo de la Universidad, según certifican diversos historiadores, no fueron tan conmovedores ni tan sugestivos como se expone en el film, pues en realidad se desconoce lo que allí se dijo. Obviamente el acto fue de conflicto entre Unamuno y los falangistas y las fanfarronadas de Millán-Astray; y no se sabe de manera cierta si fue la esposa de Franco quien salvó a Don Miguel de alguna agresión.

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