El pasado 7 de agosto se cumplieron dos años del fallecimiento de Gustavo Bueno Martínez (1924-2016). El tono de algunas de las conmemoraciones de ese día podría fácilmente sorprender a alguien no familiarizado con esta controvertida figura: se hablaba del mejor filósofo en lengua española, incluso del “Platón de nuestro tiempo”. En efecto, Gustavo Bueno se destaca entre sus coetáneos por haber construido un sistema de pensamiento, el Materialismo Filosófico, y por haberlo ejercitado sin descanso durante casi 50 años, dejando tras de sí varias generaciones de discípulos. Este hecho excepcional (los sistemas filosóficos son escasos, y mucho más en España) contrasta poderosamente con la casi nula implantación académica que ha tenido la filosofía de Bueno en el medio universitario español durante los últimos años, cosa que podría ser explicada de muy diversas maneras. Similar al efecto que causa un puñetazo certero, que al principio resulta casi indoloro pero que al de un tiempo comienza a doler en su auténtica extensión, la obra de Gustavo Bueno supone un golpe definitivo a la tradición filosófica contemporánea que, suponemos, ya no podrá avanzar ni un paso más en la buena dirección sin tener en cuenta su sistema. Vamos a consignar aquí, a modo de introducción, tres direcciones fundamentales en las que se ha construido el Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno.

Noetología

Tomando un término acuñado por Husserl, un joven Bueno pretendió iniciar una investigación sobre la racionalidad en sentido amplio, sobre “los procedimientos más generales de la razón dialéctica”. Los intentos por explicar la racionalidad en general habían recaído desde siempre en reduccionismos de carácter psicologista que sustantivaban la razón, entendiéndola como una facultad humana, o bien la hacían residir en alguna otra instancia psicológica (el “conocimiento”, la “conducta”, etc.) El proyecto noetológico de Bueno estaba pensado para apartarse al mismo tiempo del psicologismo y de los enfoques específicamente gnoseológicos (de teoría de la ciencia) y proponía más bien una “lógica material dialéctica” cuyo campo de estudio sería la racionalidad común a todas las disciplinas del saber humano (las ciencias, la filosofía, las artes), pero sin reducir las unas a las otras, ya que cada una tendría una racionalidad característica e inconmensurable con las demás. Es aquí, en la obra germinal de su sistema, El papel de la filosofía en el conjunto del saber (1970), donde por primera vez se especifica la idea de filosofía que será constante hasta 2016: una modulación más de la racionalidad crítica, entendida como “saber de segundo grado” respecto a la racionalidad de las ciencias, de cuyas inconmensurabilidades y contradicciones surgirían históricamente las ideas filosóficas. Es en este sentido tan específico en el que Bueno defiende una filosofía académica: porque la filosofía en sentido riguroso solamente puede surgir en ambientes institucionales donde se dan por presupuestos saberes previos (científicos, pero también mundanos, religiosos, artísticos), a la manera en que, en la Academia platónica, se leía “Que no entre aquí nadie que no sea geómetra”. La filosofía académica, que es la modulación de la idea de filosofía a la que trata de acogerse Bueno, será concebida como una “geometría de las ideas”.

Ontología

El proyecto de una filosofía académica se concretará en 1972 con la publicación de Ensayos materialistas, cuyo lema era “Por una filosofía académica materialista”. A Bueno, cuyo conocimiento exhaustivo de la tradición filosófica le había llevado a pasar 11 años leyendo escolástica en Salamanca, la desestimación que muchos positivistas, analíticos y materialistas hacían de la ontología, identificándola con la metafísica, no podía parecerle sino frívola e ingenua. Ensayos materialistas constituye la exposición de la ontología sobre la que se monta el sistema de Bueno, una obra maestra de la historia de la filosofía parangonable a la República de Platón o a la Fenomenología del espíritu de Hegel. Aquí se nos presentan en profundidad las tres ideas cardinales del materialismo ontológico: la materia ontológico-general (M), la materia ontológico-especial (o Mundo interpretado, Mi) y el Ego trascendental (E). La materia ontológico-especial se predica trascendentalmente en tres géneros: el fisicalista o corporeísta (M1), el psicológico o fenomenológico (M2) y el lógico o esencial (M3), y constituye el punto de partida del Materialismo Filosófico (que no es por tanto un conocimiento sobre el ser o sobre la nada, sino un conocimiento sobre el universo). La suma lógica de estos tres géneros de materialidad se identifica con el Ego trascendental, que totaliza el Mundo interpretado y funciona como eslabón ontológico entre la materia ontológico-especial (Mi) y la materia ontológico-general (M). Esta última idea hace referencia a una materia trasmundana que no constituye propiamente una realidad ontológica, sino un saber negativo, un límite crítico que se alcanza regresivamente desde el Mundo interpretado, del que es indisociable. En su aspecto positivo, la materia ontológico-general (M) hace referencia a la pluralidad infinita e indeterminada que en la tradición filosófica habitualmente se ha conocido como el Ser. El tercer ensayo materialista, y la obra con la que en cierto modo se cierra circularmente su obra y su sistema, no apareció hasta el año de la muerte de Bueno: El Ego trascendental (2016).

Gnoseología

A principios de los años 70 Gustavo Bueno dirigía en Oviedo uno de los departamentos de filosofía más brillantes que ha habido en España. Junto con sus colaboradores (Julián Velarde, Pilar Palop, Tomás R. Fernández), acometió entre 1974 y 1977 el proyecto de escribir una monumental obra sobre el Estatuto gnoseológico de las ciencias humanas (1976), primera exposición del materialismo gnoseológico de Bueno, la Teoría del cierre categorial, que cristalizaría en 1992 con la publicación de 5 tomos que reexponían esta teoría de la ciencia. Para Bueno las ciencias no son hechos (descripcionismo), ni teorías (teoreticismo), ni adecuaciones entre hechos y teorías (adecuacionismo), sino, fundamentalmente, operaciones o conjuntos de operaciones que se organizan en categorías (una ciencia por categoría) y que obtienen un mayor o menor grado de “cierre” en la medida en que consiguen establecer un campo inmanente (circularismo). Este campo estaría constituido por términos con referencia fisicalista tales que, al operar con ellos, se compusieran de forma que resultasen nuevos términos del mismo campo. Las verdades científicas se entenderán en este sentido como “identidades sintéticas”, esto es, como confluencias de cursos operatorios. Las aplicaciones de la teoría del cierre categorial a ciencias concretas han sido numerosas; ciñéndonos a las que ha ensayado el propio Bueno mencionaremos: Etnología y utopía (1971), Ensayo sobre las categorías de la economía política (1972), El individuo en la Historia (1980), Primer ensayo sobre las categorías de las “ciencias políticas” (1991), etc.

La obra de Gustavo Bueno es inmensa y no podemos pretender abarcarla aquí en su totalidad. La noetología, la ontología y la gnoseología que aquí hemos esbozado muy sumariamente constituyen solamente tres de los pilares sobre los que se asienta su sistema filosófico. En Bueno hay también una filosofía de la religión, una filosofía de la cultura, una filosofía de la historia, una filosofía política, una ética y una moral y una filosofía del deporte, entre otras. Todas ellas disponibles y a la espera de encontrar un lector tan inteligente e inquieto como lo fuera su autor.

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