Vivimos una época compleja con claros paralelismos –salvando no pocas distancias como la experiencia de la guerra en Europa-, a las primeras décadas del siglo XX. En nuestro momento histórico, como en aquel, los cambios en los modelos productivos y la aparición de nuevas industrias han acompañado un aumento en la coacción del modelo económico -ahora post-industrial- generando una respuesta social con gran potencial transformador.

Es un momento en el que el arte de vanguardia está proporcionando un impacto reactivo, el impacto capaz de romper algunas burbujas de realidad y hacer saltar la alarma ante la intoxicación informativa y la presión sociolaboral. Es un momento en el que parte del arte moderno y el diseño están recuperando su identidad más vanguardista.

Las vanguardias supusieron una irrupción en el panorama artístico de principios del siglo XX y apreciar su carácter constituye hoy un elemento de educación estética y política muy pertinente. Las vanguardias constituyeron una ruptura con la tradición canónica que comenzó a imaginar el arte desde nuevas formas y materiales; contenían fuertes influencias éticas y políticas de un mundo que estaba cambiando radicalmente, arrastrado por la guerra y las revoluciones sociales fruto del capitalismo industrial y el autoritarismo.

En este contexto, y en contacto con el resto de vanguardias europeas, el inicio de las vanguardias rusas se concreta alrededor del rechazo a la guerra -en la experiencia nacional en la I Guerra Mundial-, y la Revolución Rusa de 1917, una revolución social que alzaría al gobierno bolchevique, antecedente de la URSS.

Discurriendo por estos parajes nos sitúa la interesante exposición que puede visitarse hasta el 22 de Octubre en el Museo Reina Sofía de Madrid: “Dada Ruso 1914-1924”. Una muestra de obras características del movimiento dadaísta en su primera etapa, el comienzo de un momento artístico en Rusia de gran influencia para el arte y diseño. El momento en el que el dadaísmo traía de Europa un mensaje rupturista, inventivo y reflexivo con el que no parece descabellado pensar también el presente.

Algunos de los rasgos de esta primera vanguardia rusa son el uso innovador y protagonista de la tipografía, así como la aproximación a la geometría y el uso de materiales industriales con tendencia a la abstracción; además es esencial la constante investigación de técnicas mixtas, como el collage o el fotomontaje, el cual tuvo un posterior y destacado uso en propaganda.

Lo que hace singular al dadaísmo ruso, y en este sentido la muestra que nos presenta el Museo Reina Sofía durante los próximos meses, es que su corto apogeo corresponde a un momento histórico de destrucción, precedente a la posterior consolidación del régimen soviético que, a nivel artístico, sucederá a través del constructivismo, al que terminará oponiéndose.

En el nacimiento de la vanguardia rusa la innovación de técnicas y materiales, así como la presencia de un mensaje coyunturalmente revolucionario y transformador de la estética y el espacio público, son importantes puntos en común. No obstante, progresivamente el marco del proyecto utópico marxista fue haciendo del arte y el diseño un elemento de construcción de la estética e identidad del régimen. De tal escisión de carácter, acompañada de su desarrollo estético, surge el constructivismo como un intento de unificar. Un diseño total de acuerdo a una idea de sociedad pensada bajo el argumento de racionalidad positivista.

El dadaísmo atesora en su identidad, sin embargo, el carácter destructivo que busca la exploración y el cambio, en el arte y en la sociedad, a través del cuestionamiento intrínseco de todo significado y formalización; un motor de cambio que se resiste a solidificar. En esta década (1914-1910) encuentra el dadaísmo ruso un significado, un momento artístico convulso y potente en la ruptura generada por el estallido revolucionario.

Es antes de que el polvo caiga a tierra, justo durante el derribo y antes de la construcción que supone la última etapa de cualquier transformación, donde un movimiento como el dadaísta debe comprenderse y pensarse. Es la acción artística orientada a la destrucción de esquemas sociales, de igual manera manera que toda acción humana y pensamiento, lo que posibilitará una futura transformación. Porque calcular o concretar el resultado de una transformación social es siempre difícil, sin embargo, cuando existe la necesidad de un cambio, este resulta del todo evidente.

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